Una gran novela

Juan Gabriel Vásquez
09 de enero de 2008 - 03:09 p. m.

Lo dije hace 15 días, y ahora lo vuelvo a decir: se trata de una de las mejores novelas que leí el año pasado, y aquí vengo a contarles a los lectores por qué deberían salir ya mismo a buscarla en las pocas librerías colombianas que la tengan.

La novela se llama Solo en el mundo, y su autor, Hisham Matar, es un típico producto de nuestro tiempo: sus padres son o eran libios, pero él nació en Nueva York y hoy vive en Londres con su esposa Diana, una fotógrafa que nació en San Francisco y habla español con acento mexicano, pues en México pasó unos buenos años. En otras palabras: se trata de gente que vive dividida entre dos o más culturas. Por eso es curioso que la primera novela de Matar sea como es: terca, voluntariosamente libia. Y al mismo tiempo, como toda buena literatura, generosamente universal.

Solo en el mundo es el relato de Suleiman, un niño de nueve años que ha crecido bajo el régimen ya maduro del coronel Muammar el Gadafi, también llamado El Guía. Y la primera maravilla de la novela es la voz de ese niño: Suleiman describe un mundo que no alcanza a entender, pero a través de su poco entendimiento nosotros, los lectores, logramos un entendimiento completo. Dolorosamente completo, además: pues la madre de Suleiman es una mujer alcohólica, lo cual, en el mundo islámico, es una doble maldición; y el padre de Suleiman es un activista político que poco a poco se ha involucrado en actividades contrarrevolucionarias, es decir, contrarias a la dictadura de Gadafi. “Alguien, un traidor, estaba imprimiendo folletos que criticaban al Guía y a sus Comités Revolucionarios”, nos dice Suleiman en algún momento. El niño repite la información que ha recibido en su colegio, entre sus amigos; pero un día descubre que su padre es uno de esos contrarrevolucionarios, uno de esos traidores. Días después, su padre desaparece. Ha sido secuestrado por la policía del régimen. Y, como es evidente, la vida de Suleiman no puede seguir siendo la misma.

El resto de la novela es un diagnóstico terrible de la vida en un estado totalitario, esa vida vigilada y paranoica, esa vida que convierte a la mitad de los ciudadanos en víctimas y a la otra mitad en delatores. Y es doblemente terrible porque su punto de vista es el de ese niño que se convierte, involuntariamente, en parte de la maquinaria de la delación. Es una novela, en suma, claustrofóbica; y el retrato de la vida familiar, de las maneras en que la política penetra sin compasión los lugares más privados de la gente, metiéndose en las camas de las parejas, en los juegos de los niños, en las relaciones entre los padres y sus hijos, es de una franqueza cruel.

Pero tal vez lo más cruel de la novela es su momento histórico. La historia la cuenta Suleiman desde 1979, pero en las últimas páginas del libro quien nos habla no es el niño, sino el adulto: el adulto cuya vida ha quedado pisoteada por la dictadura de Gadafi. Como Hisham Matar, Suleiman ha debido huir de Libia e instalarse en Egipto; desde allí ve el fracaso de la revolución de Gadafi. Hacia el final de la novela oímos un discurso oficial por radio: “Ahora podemos de verdad acabar con la vieja sociedad XXlibia y construir la nueva”. Pero el adulto que vive exiliado sabe que no es así: que la nueva sociedad de Gadafi es simplemente un Estado asesino (de las libertades, y también de sus ciudadanos), además de un régimen terrorista de alcance internacional. Hoy sabemos lo que ha pasado con los proyectos formulados por Gadafi hace 30 años. Como tantos guías, como tantos visionarios que han querido imponernos una nueva sociedad por medio de las armas, el coronel convirtió su país en una gigantesca máquina de aplastar. El resultado es un país inválido, lleno de gente inválida. El retrato de esa invalidez es el logro final de esta gran novela.

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