“Una historia de amor y oscuridad”

Aura Lucía Mera
13 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Así se titula la autobiografía de Amos Oz, premio Nobel, uno de los pilares de la literatura hebrea contemporánea junto con David Grossman y dos de sus antecesores, su tío Yosef Klausner y Shmuel Yosef Agnon, primer premio Nobel judío, a quien Oz le tenía especial respeto y admiración, entregándole su primer manuscrito para recibir su opinión.

Este libro nos cuenta su vida desde que Jerusalén estaba bajo el Imperio británico, su infancia, y nos devela con humor, tristeza, ironía y nostalgia épocas de su vida, su rebeldía, el suicidio de su madre, los ataques feroces por sus opiniones sobre Israel y Palestina. Un must para los lectores que quieran recrearse con su espléndida prosa y sabiduría.

Recupero unas frases suyas en una entrevista a El País, de Madrid, hace un año, que nos caen como anillo al dedo. Se refiere al fundamentalismo. Abro comillas y me apropio de algunas de sus respuestas en el prestigioso diario español:

“Lo más peligroso del siglo XXI es el fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico… incluso feminista. Es importante entender por qué regresa ahora. En el islam, en ciertas formas del cristianismo, en el judaísmo…”.

“El auge del fanatismo y el racismo en EE. UU. es mucho más peligroso. Existe fundamentalismo en Rusia y en el este de Europa. También es peligroso el fanatismo nacionalista en Europa occidental”.

“(Para curar el fanatismo hay que) ponerse en la piel del otro. Aunque sea un enemigo. La receta es imaginación, sentido del humor, empatía”.

“Mi problema no es la religión, sino el fanatismo religioso. No es el cristianismo, sino la Inquisición. No es el islam, sino el yihadismo. No es el judaísmo, sino los judíos fundamentalistas. No es Jesucristo, sino los cruzados”.

“No he visto nunca un fanático con sentido del humor”.

Uno de los capítulos del libro que me fascinó es cuando su abuela, que murió de tanto bañarse para quitarse microbios de encima hasta que se desolló, lo mete de niño en la tina, explicándole “con su voz marrón, agradable, el estercolero de inmundicias que segregaban sus glándulas corporales cada noche al dormir, como un sudor pegajoso y todo tipo de materia grasa expulsada por el cuerpo y porquería de escamas de la piel y caída del pelo y restos de un montón de células muertas y toda clase de turbios fluidos que es mejor no nombrar (…), la gente no se lava nunca como es debido, pues limpiarse no es lo mismo que lavarse, es solo extender los fluidos inmundos en los millones de orificios diminutos que tenemos en la piel, y todo se vuelve más y más inmundo, sudado y asqueroso, sobre todo cuando la suciedad interior del cuerpo que segregamos día y noche se mezcla con la suciedad externa (...). Como, por ejemplo, dinero, periódicos, la barandilla de una escalera, la comida que compramos, pues vete tú a saber quién habrá estornudado antes sobre lo que estás tocando (…), basta con un apretón de manos para que te transmitan todo tipo de epidemias, y hasta sin tocarte, solo con inspirar el aire que antes alguien ha exhalado”.

Fascinante. Me pongo a pensar, no sé por qué, cómo sería la limpieza del alma de nuestra clase política. Con qué jabón y esponja se sacarían de encima corrupciones, tajadas, serruchos, mentiras, calumnias y otras bacterias más inmundas que las corporales. Y también, no sé por qué, pienso en el fundamentalismo. Asociación de ideas, qué diría Freud. En fin...

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