Sin esperar siquiera a que se amansaran las aguas del descontento de los lectores, Semana dejó en claro, ya sin ambages, cuáles son sus verdaderos intereses. Con una falta total de sentido de las proporciones, y mientras los colombianos lamentamos la suerte de Providencia y Santa Catalina, lo que se le ocurrió a la revista fue poner en portada a Tomás Uribe, el delfín con el cual el presidente eterno piensa seguir gobernando por interpuesta persona.
Confieso que me quedé mirando la foto porque veía en ella algo extraño. Luego comprendí que en el rostro de Tomás Uribe una mitad es completamente distinta de la otra. Nada que no le suceda a mucha gente. Pero cuando leí lo que dice la entrevista, a la que dedican ni más ni menos que cinco páginas, comprendí que había una tremenda correspondencia entre ese cara y sello de su rostro y las respuestas que da a su entrevistador. Si ustedes la leen con cuidado, verán que es una joyita.
En primer lugar, detrás del aparente tono conciliador —como cuando dice de Santos: “página doblada y vamos para adelante”— hay una virulencia idéntica a la de su padre. Mucho más que mala leche hay cuando afirma que “Iván Cepeda es el líder más importante de la nueva generación de las Farc”, o que “pueden googlear la foto de Cepeda y Santrich y se ve la ternura en los ojos de Cepeda”. O cuando afirma, como si tal cosa, que Santos convirtió a Colombia, gracias al Acuerdo de Paz, en “un narco-Estado”. Pero además resulta patético que no haya ni un solo planteamiento que uno pueda decir que es propio. Como su papá —y como Trump—, no cesa de repetir que el gran enemigo es el “neosocialismo” o el manido “castrochavismo”. Y como tantos militantes del Centro Democrático, habla desde una superioridad moral aleccionadora. Resulta que llevar a exguerrilleros al Congreso es “un mal ejemplo para nuestros hijos”, que “mérito es el de mi papá que ha conseguido las cosas con esfuerzo” y que doña Lina “es el faro moral” de la familia. Incluso se atreve a reconvenir a Duque, diciendo que “hay que ejercer un liderazgo más asertivo”. Hasta los personajes que admira son semejantes a los del que dijo Uribe. En un ascensor, dice, en vez de encontrarse con Santos, le gustaría estar con alguien “bien chévere como James, Shakira, Maluma o J. Balvin”. Qué hondura.
Como “emprendedor hasta el final”, algunas de las consideraciones políticas que hace Tomás son desde “la platica”, la que tan duramente ha conseguido con su hermano. Él, el empresario, le tiene hechas todas las cuentas a la JEP, con minucia que asombra, para concluir que si las Farc no van a pagar cárcel, mejor sería “perdonarles todo, tragarnos ese sapo y ahorrarnos esa platica”. La verdad qué importa. Cada tanto lo traiciona el subconsciente, pero su lapsus estrella se da cuando, como acusación, dice que un frente fariano lleva el nombre de Iván Cepeda y añade: “¡Imagínese que un frente paramilitar llevara el nombre de mi padre!”. Vaya asociación. Yo me pregunto a cuenta de qué, en un país con hombres íntegros y de largas trayectorias políticas como Humberto de la Calle y muchos más, nos están embutiendo a este niñito envalentonado y cuestionado éticamente más de una vez. Qué descaro.