Una madre para la nación

Eduardo Barajas Sandoval
28 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

La llegada de mujeres a los cargos de mayor significación política no debe ser interpretada como una ruptura, sino como un avance de civilización. Es más, debe llegar el momento en el que la condición de género no sea noticia ni motivo de diferenciación.

Con la elección de Katerina Sakellaropoulou como presidenta de la República Helénica se cierra un larguísimo paréntesis de ausencia de las mujeres griegas en el iconostasio visible de los grandes protagonistas de la vida nacional, dominado desde hace varios siglos por figuras masculinas, bajo la sombra del patriarcado. Realidad muy diferente de la que prevalecía antes de que la mujer pasara a la discreción, cuando no a la clandestinidad, con la llegada del cristianismo, que vino a suprimir ese mundo antiguo en el que existía una especie de paridad entre lo masculino y lo femenino, con veleidades homófilas y apasionados entronques con los dioses. Paradigma de libertad que luego se encriptó. 

Pero no hay que engañarse, pues si bien las mujeres helénicas, después de sus apariciones heroicas de la época homérica, no jugaron un papel tan importante a la vista del público, siempre lo han jugado en la intimidad de cada familia, en medio de las apariencias de un machismo que no es otra cosa que el protagonismo masculino regulado por la figura y la autoridad inapelable de la mamá.

Desde la tribuna de su condición de madres, en un balcón o una terraza, frente a un horno, o desde su mecedora de ancianas, las mujeres griegas no solamente señalaron el destino de sus hijos, sino que resistieron a lo largo de siglos los embates incesantes de una lectura del mundo que trataba de identificar lo femenino con lo efímero, lo débil, lo secundario o lo sumiso. Así lograron ir más allá de lo “histérico”, tremendo nombre si se tiene en cuenta que “hístero” es la denominación griega de matriz. La crianza de sus hijas les permitió, entonces, mantener viva la llama de una vocación por el liderazgo que tarde o temprano tenía que encontrar el camino para llegar al reconocimiento y la ocupación de lugares de poder sobre la base de méritos indiscutibles.

Al aprobar la designación de Katerina Sakellaropoulou, los representantes de la voluntad popular, tanto de derecha como de izquierda, no solamente han venido a poner fin al monopolio masculino de los puestos de mando en la vida política, con una votación contundente de 261 de los 300 votos posibles en el seno del parlamento. Precisamente por el hecho de que la presidencia es, en el sistema griego, el cargo estatal de más alto valor simbólico, que representa la unidad nacional en torno a los ideales establecidos en la constitución, la presencia de una mujer en el ejercicio de las funciones presidenciales es la consagración de la figura femenina como símbolo de la nación.

Más allá de lo institucional, la llegada de la hasta ahora Presidenta del tribunal supremo administrativo a la jefatura del Estado, entra a formar parte de una secuencia de actuaciones significativas, cuando no inverosímiles, de las mujeres en la defensa del mundo helénico, bajo las formas más insospechadas.

Hubo emperatrices bizantinas que jugaron con maestría el juego del poder, y además hicieron que muchos hombres murieran pensando que habían sido en esta vida guerreros exitosos, gobernantes o conquistadores inigualables o, en ocasiones, eficientes seductores, cuando todo lo que llegaron a ser fue instrumentos de guerra, piezas de ajedrez político o proveedores de placeres efímeros.

Hubo guerrilleras temibles, en el Epiro del Norte y en todas las comarcas, que armadas de fusiles manejados con maestría se convirtieron no precisamente en espantapájaros de intrusos sino en fuerza de resistencia y combate en defensa de los intereses de una nación pequeña que, si no luchaba, podía perecer. La imagen de Laskarina Bouboulina, con ojos cristalinos, todavía vigila e inspira respeto en el sitio que domina visualmente la bahía de Spetses, como lo hizo cuando, convertida en la primera almirante de la naciente armada griega, no solamente gastó su fortuna para mantener una flota que peleó contra los turcos en la batalla definitiva de Nafplio, sino que participó, de igual a igual con los hombres, en el diseño de la nueva Grecia.

Y así, a lo largo de las guerras de supervivencia que le ha tocado vivir a una nación ubicada en el cruce de caminos de conflictos diversos, las mujeres ayudaron a que no pereciera la gente, y mucho menos el ánimo de vivir y de generar nuevas vidas. Por eso en las aldeas más remotas hay pequeños monumentos que recuerdan el valor de mujeres de hijos criar y armas tomar, capaces de defender su territorio hasta la muerte, y de entregar la vida antes que rendirse ante uno u otro de la larga lista de salvajes invasores que a lo largo de los siglos trataron de quedarse con pedazos del suelo helénico.

El primer ministro, Constantinos Mitsotakis, dijo que con la elección de la nueva presidenta se abre una ventana hacia el futuro, que permite avanzar hacia la tercera década del Siglo XXI con mayor optimismo. Seguramente tiene razón, pues al romperse el cascarón del encierro, se ha desatado un torrente que seguramente llevará a muchas más mujeres a consolidarse como líderes no solo de la vida política y de la acción del Estado, sino como orientadoras de la sociedad, oficio para el que tienen el bagaje de la experiencia, hasta ahora oculta, de haber vivido tantos siglos, y ayudado, desde el fondo de cada hogar, lo mismo que desde las trincheras, a la supervivencia de una nación que lleva su sello.

Figura austera y moderada en las apariencias, pero firme en la defensa de los derechos ciudadanos y la protección del ambiente, la señora Sakellaropoulou ya había marcado una diferencia cuando llegó a la jefatura del Consejo de Estado, máxima instancia judicial de los asuntos administrativos, bajo el gobierno de izquierda de Alexis Tsípras, quien ahora desde la oposición apoyó sin reservas su ascenso a la jefatura del Estado. Reflejo de uno de esos deseables y añorados acuerdos sobre lo fundamental.

La formación francesa de la presidenta griega le ha conferido ese sello imborrable de apego a los principios democráticos y republicanos y a la militancia en el esfuerzo permanente por darle vigencia, en la vida cotidiana, al Estado de Derecho. Virtudes todas que, a lo largo de los próximos cinco años, permitirán que su país se sume a la lista de aquellos que han tenido la sensatez de escoger a una mujer como símbolo de un avance indudable de civilización política y cultural, que no debe tener reversa.

 

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