HAY QUE DEFENDER AL SISTEMA. Me refiero al sistema integrado de transporte, claro está.
Es bueno, o por lo menos mucho mejor que el ignominioso transporte público con el que los colombianos aprendimos a compartir deshonras y atropellos. O si no que lo digan quienes se accidentaron porque los botaron en la mitad de la calle o a quienes nunca les cedieron las sillas azules aunque les correspondieran por su edad o condición.
El sistema nos está enseñando otra civilidad: la de la cola, la del pago, la del ceder la silla; también aprendemos sobre la responsabilidad estatal respecto al control y manejo de los servicios públicos: antes las huelgas las hacían los de las busetas, ahora los inconformes pasajeros también detienen a los buses y de igual manera afectan a otros ciudadanos.
En el marco de las campañas de seguridad vial que otorgó el Distrito a tres compañías teatrales, entre las que se encuentra la que yo dirijo, “La Lope”, se está haciendo un ejercicio de Teatro Invisible y de otras formas, para incidir en el comportamiento de los usuarios de Transmilenio.
El Teatro Invisible es una forma de teatro desarrollado por Augusto Boal en los años setenta como parte de su importante trabajo de transformación social antisistema: el Teatro del Oprimido. El Teatro Invisible es eso: teatro, puro teatro —inventado, mentiroso, intencional y artístico— que el espectador no reconoce como tal.
En el corredor de la universidad, el Skinhead le dice a su novia: “Viera mija, que hoy en el transmi se armó una discusión entre la gente que criticaba a los colados”; si agregara: “¿sabes?, yo no me vuelvo a colar porque el sistema en realidad me conviene”. Si de verdad no lo vuelve a hacer, si pasa eso, mi sueño de artista que transforma la sociedad se habrá cumplido y me iré tranquilo a la tumba; yo me contento con poco.
Al contrario, cuando Boal se dio cuenta del alcance limitado de su propuesta, pues para quien en su época buscaba la revolución un evento circunstancial en una esquina no transforma nada, escribió que había que reproducir muchas veces, tal vez cientos, el mismo episodio dramático invisible para que tuviera algún efecto.
A diferencia de las campañas publicitarias, cuando son artísticas, el tiro da en la diana y causa un impacto certero o falla.
“Es de Lope”, se decía de algo bueno en el Siglo de Oro; Francia es Moliere y Shakespeare es el mundo anglosajón. De contera, hay millones de piezas inocuas y malas en los anaqueles de las bibliotecas. No se puede comparar una campaña publicitaria con buenos presupuestos que logra cambios estadísticos del 0,25%, con unos artistas invitando a respetar los códigos de tránsito y a proteger la vida de sus conciudadanos.
Seguridad vial invita a todos los bogotanos a manejarnos mejor con una campaña que combina todas las formas de lucha no armada: que incluye mimos, otros trabajos artísticos, BTL, manillas, publicidad masiva, freepress, campañas pedagógicas, cambios en la infraestructura, entre otros.
El Teatro Invisible le apuesta a que los ciudadanos influenciados por sus pares, o los que creen y ven como sus pares, se sumen uno a uno a los comportamientos cívicos que merece nuestra ciudad. Falta ver si, como decía Lenin, las condiciones objetivas están dadas para que un comportamiento social inducido cambie el statu quo de amargura e insatisfacción.
Según el estudio de la Secretaría de Cultura, en el SITP el 90% de los usuarios respetan las normas; sólo hay que cambiar al 10%. Los buenos somos más.
Nos guste o no lo que pasa con las políticas de la ciudad, o sin temor a juzgar la manera como nos afectan las decisiones de nuestros funcionarios públicos, o a pesar y gracias a las iniciativas privadas que afectan la vida ciudadana de todos, lo cierto es que será entre pares que decidiremos si queremos conservar el antisistema que nos transportaba antes o si vamos a contribuir para que el sistema integrado de transporte público mejore para el bien de todos con nuestra civilidad, nuestra crítica acendrada y nuestra cordialidad.
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