Una nueva década de expansión urbana

Columnista invitado EE
03 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Sebastián F. Villamizar Santamaría
Al municipio de La Calera, a menos de 20 km de Bogotá, desde hace 30 años han llegado personas de la capital a vivir en sus zonas rurales. Pero no son campesinos; son profesores, empresarios y hasta senadores y vicepresidentas. Viven en amplias casas de campo, algunas dentro de conjuntos cerrados, que contrastan con las pequeñas casas campesinas tradicionales.

Como en La Calera, otros municipios cerca de otras ciudades en el país han visto cosas parecidas, como Llanogrande y Medellín o Cerritos y Pereira. La “rururbanización”, como algunas investigaciones llaman a este fenómeno, trae consigo unos retos fundamentales para las nuevas alcaldías que empezaron esta semana si quieren hacer un verdadero desarrollo urbano y rural sostenible.

Hablo de La Calera porque es el caso que más conozco por mi tesis de doctorado, pero las lecciones pueden extraerse a otros municipios del país. El primer reto es mejorar la calidad y cobertura de servicios públicos aprovechando los recursos de cada región. Por ejemplo, el embalse San Rafael es propiedad del Acueducto de Bogotá y abastece la gran mayoría del agua de la capital, pero queda en La Calera y sus habitantes no tienen acceso a esa agua. Eso ha hecho que la gente utilice los acueductos comunitarios y la abundante agua del páramo para obtener este derecho, que debería estar garantizado por el Estado.

El segundo reto es evitar y sancionar la especulación de tierras. Con la Perimetral de Oriente de Bogotá, vía que conecta a la capital con el oriente del país, y la construcción de vivienda de interés social en lotes rurales en La Calera, hubo varios escándalos frente al volteo de tierras. Sin la intervención ciudadana y de concejales de oposición, estos planes habrían llenado aún más los bolsillos de los corruptos, y por eso es importante reforzar los organismos de monitoreo y veeduría ciudadanos.

El tercer reto es sustituir o mejorar la economía local que estaba basada en la producción agropecuaria de pequeña escala. El precio de la tierra ha aumentado por la construcción de vivienda campestre y varios campesinos han aprovechado esto para vender sus lotes a buen precio, pero no tienen muchas más alternativas económicas. Las alcaldías deberían estimular proyectos viables en esta transformación, que en el caso caleruno ha intentado ser el ecoturismo, aunque sin mucho éxito.

Las alcaldías que empezaron esta semana tienen esa tarea pendiente. Hace unos años, el exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, dijo que no quería “el hueso” de los municipios pobres cercanos a la ciudad, sino que parece que le gustaba más la carne (o más bien el agua) de los ricos. Ojalá las nuevas alcaldías se tomen más en serio esta discusión y logren hacer del 2020 una década de expansión urbana verdaderamente sostenible para el campo.

@sebvillasanta

 

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