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Una oportunidad para la política

Augusto Trujillo Muñoz
21 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Las incertidumbres, las injusticias, las desesperanzas, se han incrementado a lo largo de este siglo XXI en buena parte del mundo. Interpelaciones ciudadanas, sin respuesta dirigente, generan pugnacidad y confrontaciones, que se agudizan por la intolerancia surgida del mismo enfrentamiento. Los populismos de todos los signos que, ciertamente se parecen mucho entre sí, están reviviendo fantasmas y pasiones para cabalgar sobre una especie de política del miedo.

Las semejanzas entre Trump y Maduro, por ejemplo, resultan cada día menos sorprendentes. Ambos descalifican a quienes piensan distinto. Para ellos no hay adversarios sino enemigos y estimulan contra éstos, rencores y odios. Los dos improvisan políticas según convengan a sus personales intereses, sin importar que supongan irresponsabilidades o contradicciones. No sin razón los especialistas registran degradación democrática, tanto en Venezuela como en Estados Unidos. Maduro convoca a elecciones mientras neutraliza a los partidos opositores y Trump manipula información y amenaza con desconocer el resultado electoral, si no le favorece. Los populismos son tribales: monologan consigo mismos, pero no dialogan con el otro. Ignoran un hecho evidente: La sociedad es plural.

También son populistas el Tea Party gringo o Unidas Podemos en España y los Kirchner argentinos o Bolsonaro en el Brasil. Sus partidos o movimientos vacían el contenido de la política y dogmatizan sus puntos de vista hasta volverlos creencia. Como dice el historiador francés Pierre Rosanvallon, los populismos suponen una simplificación de la política al asumir que el pueblo es homogéneo. Pero también una falsificación de la democracia, al privilegiar la voluntad mayoritaria sobre los contrapesos institucionales. Práctica peligrosa esta, que puede convertirse en antesala de conflictos armados.

Al finalizar el siglo XX, América del Sur terminó prisionera de un círculo que no ha podido romper: Por una parte, el equilibrio entre un Estado social de derecho y una economía social de mercado que impregnó todo su constitucionalismo y, por la otra, el Consenso de Washington que se propuso expresamente desmontar ese equilibrio dislocando su sentido social. En esas contradicciones anidó la agitación social y la incertidumbre, de las cuales brotaron contextos de pugnacidad y de violencia. Por lo tanto, es preciso darle una cabal oportunidad a la política.

Así lo planteó el editorial de El Espectador el domingo anterior, refiriéndose a la situación colombiana. Los sectores vitales del país deben buscar consensos y hallar formas sanas de tramitar sus diferencias. Colombia necesita un acuerdo sobre lo fundamental entre sus facciones políticas y eso ha de ser exigido por la sociedad civil en su conjunto. Con unas elecciones en el horizonte, en medio de una pandemia que nos está dejando la peor crisis, en lo social, en lo económico, en lo humano, es preciso sentarnos a acordar una política común para evitar que se incendie el país. Incluso la creciente ola de populismo que, también, invade a Colombia, debe entenderlo: todos somos responsables de todos.

@inefable1

* Presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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