Este año se cumplen 30 años de una de las masacres más horrendas de la historia reciente de la humanidad. El 4 de junio de 1989 el gobierno chino se tomó la plaza de Tiananmén para reprimir una marcha estudiantil, dejando a su paso una sangrienta estela de más de 1.000 muertos y de 100.000 heridos. En Colombia pareciera que muchos esperaran que ocurriera una tragedia de esa magnitud. La extrema derecha está ávida de utilizar medidas represivas que justifiquen una política de guerra y la extrema izquierda está lista para decir que el Gobierno es un abusador de derechos humanos. Unos quieren radicalizar al presidente mientras los otros sueñan con tumbarlo sin pensar en el futuro del país.
Poco o nada les importan a los radicales las muertes de jóvenes dentro de las protestas. Por el contrario, los jóvenes son solo la carne de cañón para explotar el caos o justificar la represión. Menos aún les importa a los radicales que la clase trabajadora en las ciudades tenga que vivir una tragedia diaria de caminatas de hasta tres horas para llegar a sus trabajos. Más allá de ello, Iván Duque ha demostrado no acercarse a los extremos, pero debe tener más empatía con las propuestas de las marchas para que el país no se incendie con la polarización.
Estese o no de acuerdo con las razones del paro nacional, lo cierto es que cientos de miles de personas se han movilizado y que el país debe buscar inmediatamente caminos para otorgar soluciones; hacer oídos sordos o generar rutas equívocas puede ser desastroso. Por ello no pueden minimizarse sus efectos ni invisibilizarse sus reclamos:
El primero, más grande y más delicado es el de los jóvenes. La propia situación de Dilan Cruz nos demuestra que millones de adolescentes quieren acceder a la educación superior pero no pueden hacerlo porque el Icetex les niega los créditos o porque no hay cupos. Lo que diferencia a Europa de América en materia de igualdad de oportunidades es la posibilidad de acceder a una educación superior de calidad. La solución a esta situación es clara: hay que multiplicar exponencialmente los cupos para los estudiantes en las universidades públicas y hacer una fuerte inversión en infraestructura y en la ampliación de la planta de personal de esas instituciones.
El segundo es el de las centrales obreras que se oponen a las reformas tributaria, laboral y pensional. Acá la solución es clara: concertar. El Gobierno ha insistido en reformas cuyo efecto económico no está suficientemente justificado, pero que implican un altísimo costo social. En este punto todos tienen que ceder un poco, el presidente no debe insistir en reformas que simplemente no tuvieron buena acogida y los sindicatos deben comprender que es necesario llegar a un punto de equilibrio que asegure la generación de empleo, pues si se quiebra el sector privado no habrá trabajo, ni bienestar, ni de dónde cobrar impuestos.
El tercero es el más sencillo de ejecutar pero el más difícil para el presidente: el cumplimiento del Acuerdo de Paz. La protección de los líderes sociales, la reforma agraria, la sustitución de cultivos y la presencia institucional en los territorios depende de este compromiso, que podría darles un gran mensaje a los líderes del paro que no resulta tan difícil de negociar como los otros puntos. Muchos de los puntos de la paz en este momento están en pañales y un importante sector del país piensa que no se ha cumplido lo pactado.
El presidente Duque tiene una oportunidad de oro para poder liderar una transformación social si logra canalizar los reclamos de estos sectores del país y no dejar que los extremismos nos lleven a escenarios tan complejos como el que vivió China hace tres décadas, lo cual no requiere solo de escuchar y conversar, sino de actuar.