Una palabra necia: “ilegítimo”

Lorenzo Madrigal
24 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Muchas cosas se han dicho, muchos pretextos se han tomado para impulsar y darle sentido a la protesta ciudadana. Que en lo que va de gobierno no para el asesinato de líderes sociales, que siguen los falsos positivos, que no se implementa la paz, que el salario es mínimo y obedece a su nombre, que hubo corrupción en alguna universidad pública, que no se paga a los maestros, en fin, un sinnúmero de cosas, todas reales, no todas imputables a quienes tomaron el mando en agosto del 18.

Las marchas, los paros, el terrible desorden, son consigna para hacerle insoportable la vida al nuevo poder político. Quieren signarlo con ello: el gobierno de los paros. Lo que sí encuentro de caracteres ya muy graves es el último pregón del excandidato Gustavo Petro, quien ha tomado de las declaraciones, tipo confesión, que ha dado la prisionera escapada, Aida Merlano, en Caracas, un tema particularmente peligroso, el de la presunta ilegitimidad de las autoridades políticas que nos rigen.

En ocasiones de muy ardiente oposición que se han vivido durante el correr de los años, esta bandera o anti-bandera de la ilegitimidad no suele desplegarse en contra del gobierno de turno. Ocurrió, quizás, en dos casos del siglo pasado, cuando Rafael Reyes prolongó su mandato en la primera década y cuando el brazo militar de Gustavo Rojas Pinilla propinó el golpe de Estado, el año 53.

Pero que unas elecciones abiertas, limpias, bien distintas de las que refrendan la dictadura de Venezuela, vengan a ser cuestionadas año y medio después, a la luz de tan discutible testimonio, sin consideración de la abultada diferencia de votos, y todo en un estrado judicial impropio y desviado por el sesgo político, es algo que no cabría en la mente de quienes han sido demócratas habituales. Porque los hay que estrenan camiseta.

Pero qué peligroso es esgrimir una supuesta falta de legitimidad y regalarles este argumento a los revoltosos de cualquier género, cuyas protestas grandes y pequeñas, todas disímiles, están ligadas sólo por el bullicio y una agitada sangre rebelde.

***

Tremenda prueba de fuego para los nuevos alcaldes han sido los paros y marchas de esta semana, cuyo resultado en materia de control del orden público no puedo intuir en el momento de escribir estas líneas, anticipadas a los hechos del 21 de febrero.

Ya el joven alcalde de Medellín, Daniel Quintero, a la fecha en que escribo, debió autorizar el ingreso del escuadrón antimotines al centro universitario, con grandes críticas, como era de esperarse.

Que el orden haya podido preservarse es anhelo de todos y que se deshagan las sospechas del final poco feliz que pueden tener estos episodios, que por lo repetidos ya cansan, pero asustan visto el daño del que han demostrado ser capaces.

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