Una paz entre dos desinteresados

Santiago Villa
23 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Hasta que inició el proceso de paz con las Farc, yo era un pacifista puro y duro. Antes creía que para llegar al diálogo lo único que hacía falta era querer la paz; que si los gobiernos no la lograban era por falta de voluntad política, pues la guerrilla estaría siempre dispuesta a dejar las armas si el gobierno se tomaba en serio la negociación y hacía las reformas estatales necesarias. Yo, en suma, era un ingenuo.

El proceso de paz con las Farc me convenció de que a veces es necesaria la guerra, o cierta forma de librar la guerra, para llegar a la paz.

Decir que la violencia a veces resulta necesaria es una opinión muy impopular y seguramente será incomprendida. El núcleo de mi argumento parte de una premisa que usted puede o no compartir: el diálogo con las Farc no se dio cuando ambos bandos, de la noche a la mañana, fueron iluminados por el espíritu de la concordia y la paz, y juntos fueron a La Habana para hacerla posible. No. Sucedió cuando los cabecillas de las Farc comprendieron que si seguían en la guerra morirían por los bombardeos. Tristemente, las Farc se sentaron a negociar en serio tan sólo cuando el ejército comenzó a matar a los cabecillas. Antes siempre pensaron que sería preferible permanecer en el monte, fungiendo de señores de la guerra.

La paz resulta de un cálculo de costo-beneficio y el costo se mide en bajas: siendo las bajas más costosas las de los comandantes. Por eso la forma de librar una guerra que conduzca a la paz es amenazar directamente a los comandantes. Cada miembro del secretariado de las Farc que murió durante el gobierno de Uribe, a manos de Santos, fue un paso hacia la negociación en el gobierno Santos. Aparentemente, un proceso similar tendrá que darse con el ELN antes de que se tome en serio las negociaciones.

Esto no quiere decir que yo apruebe de violar los protocolos para el retorno de la mesa negociadora desde Cuba. La confianza básica de la que parte toda negociación es que, de romperse, una de las partes no será capturada; y es obvio que si se rompen los diálogos será por la tensión de acciones armadas. De lo contrario, será muy difícil reabrir el diálogo que tendrá que darse en el futuro, pues sin diálogo no se pone fin a una guerra de este tipo. Los objetivos diplomáticos en este caso deben prevalecer sobre los militares (o los de popularidad política), porque insisto, la fuerza militar debe estar al servicio de presionar una salida negociada, no al contrario.

La guerra tendrá que darse dentro de un marco similar a la genial visión de conjunto que tuvo Sergio Jaramillo, quien logró diseñar una gran estrategia para concatenar la guerra y la paz. Que lo uno lleve a lo otro. El que ahora no sea el momento de negociar no quiere decir que ésta no sea, eventualmente, la única salida.

La dinámica es difícil, claro. El ELN se está convirtiendo en una peligrosa bestia binacional, que funge de ejército paramilitar en Venezuela y de cartel de narcotráfico en Colombia.

Ya se había anunciado el peligro de que el ELN aprovechara la retirada de las Farc para apropiarse de sus territorios y rutas de narcotráfico (el auténtico e inextinguible fuego de la guerra). El Estado no respondió con premura a esta contingencia. No ocupó los espacios que dejó las Farc.

La paz va más allá de la firma de unos acuerdos: hay que construirla con presencia estatal y militar, seguridad y garantías para los más vulnerables en la transición, que son los líderes locales que denunciaron atropellos de una y otra parte. Había, en suma, que implementar acuerdos que el Centro Democrático no pretendía cumplir.

No es por tanto solo la bomba de la Escuela de Cadetes de Policía General Santander,   sino el asumir que se puede tener una mesa de diálogo y una guerra en simultáneo, sin comprometerse al diálogo, solo para ver qué sale más provechoso. Ocupar cada vez más terreno a sangre y fuego, y a la vez estar exigiendo un pliego de condiciones. En esto el ELN lleva más responsabilidad que el gobierno colombiano.

Por eso no es de extrañar que la bomba fuese la acción que hiciera saltar en pedazos la mesa de negociaciones. ¿Qué esperaba acaso el ELN, en especial con un gobierno como el actual, que buscaba cualquier excusa para lanzarse a la Seguridad Democrática versión Duque? ¿Concesiones, reestructurar la agenda, una palmada en la mano? Ninguna de las dos partes quería una salida negociada y aquí estamos.

Es lamentable. Seguramente el costo no lo pagaremos ni yo ni usted, señora lectora, señor lector, pero las guerras en Colombia suelen ser tan sangrientas e imprevisibles que nunca sabemos a dónde terminarán apuntando sus cañones.

Twitter: @santiagovillach

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