Una peste orwelliana

Danilo Arbilla
04 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Es triste, pero la peste del coronavirus aparte del daño que apareja por sí misma para los habitantes del planeta, se ha transformado al mismo tiempo en una aliada para determinados gobiernos.

Y no solo porque por su innegable importancia informativa relega a segundo o tercer lugar a otro tipo de hechos tan dolorosos para los humanos, incluso mucho más tanto cualitativa como cuantitativamente, sino porque opera como biombos tras los cuales ocultan sus andanzas muchos mandamases como lo hemos destacado en la columna anterior, tomando como ejemplo el caso de Nicaragua.

Más de un presidente ha pedido “poderes especiales” para combatir la pandemia, poderes que se han transformado en restricciones a las libertades y los derechos de los ciudadanos.

La “cuarentenas” obligatorias y las reglas de aislamiento dispuestas en la gran mayoría de los países son aceptadas, por cuanto es lo que la colectividad médica mayoritariamente aconseja. Ese tipo de estado de sitio para que dé resultado requiere del ánimo y de la actitud de los ciudadanos que asumen la necesidad de las limitaciones, pero, a la vez exige la seriedad y el compromiso de los gobiernos de no abusar y de no saltarse los límites que el sistema democrático, aun en emergencia, establece.

Eso no ha pasado en algunos lados y ha habido medidas arbitrarias, incluso algo ridículas que tienen que ver con las “excepciones”, para el encierro que han agudizado las burlas, críticas y en casos generado brillantes creaciones humorísticas a través de las redes. Como la gente que está aburrida adentro de sus casas, se divierten como pueden y no está mal. Pero hay medidas muy discutibles, por no decir que están mal, como una liberación masiva de presos “vulnerables” que han pasado a gozar de sus penas a domicilio, como ha ocurrido en Argentina. La polémica ha sido grande por lo que implica una medida de ese tipo para la seguridad ciudadana, y se calienta más aún con el hecho de que los primeros beneficiados por el sistema, antes de la “ampliación”, fueran presos condenados o procesados por actos de corrupción durante los anteriores gobiernos kirchneristas. Alberto Fernández les dio una mano, seguramente, con la bendición u orden de su vicepresidente Cristina Kirchner.

El tan manido “bien común” o el “interés general”, a los que en muchas circunstancias se apela sin ningún fundamento para recortar derechos a los ciudadanos, -entre ellos el de la libertad de prensa y el derecho a la información- ahora, con la pandemia está más que “justificado”. Y en alguna medida esa potestad del ciudadano a saber lo que pasa ha sido “tocada” en algunos países con sistemas democráticos. En los autoritarismos ni hablemos de tocar, ha sido manoseada y violada a gusto y gana.

Ello ya se venía haciendo en algunos lados como es sabido y notorio, pero ahora al amparo de la peste. Para ganar tiempo ya no necesitan el auxilio del Papa Francisco, como ha ocurrido con Maduro pues la pandemia arregla todo. Justifica incluso las dificultades económicas que se arrastraban desde antes y también la falta de capacidad para afrontar la responsabilidad de gobernar y los desafíos de la economía agravados por la pandemia. Al COVID-19 se le van a cargar muchas culpas extras además de las propias, sin duda.

La peste está ayudando a incapaces, autoritarios y dictadorzuelos. Hay algo orwelliano en toda esta situación que nos remonta a su novela “1984”, y a aquel Gran Hermano totalitario que mantenía un estado de guerra continua y a los ciudadanos pendientes de ella, atemorizados y en vilo y de hecho, en régimen de cuarentena para enfrentar y defenderse de los enemigos que venían del exterior.

El COVID-19 es hoy ese enemigo que viene del exterior. Sin duda hay que cuidarse de él, y mucho, pero al mismo tiempo no hay que descuidarse ni un solo momento, de los designios de los que a caballo del virus se aprovechas para defender y justificar sus bastardas ambiciones.

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