Una revolución ciudadana

Santiago Montenegro
25 de junio de 2018 - 06:30 a. m.

Hacia el año 544 antes de Cristo, Heráclito argumentó que “ningún hombre entra en el mismo río dos veces”, queriendo decir que tanto los humanos como la sociedad siempre estamos cambiando, mutando, transformándonos. Dichos cambios han sucedido siempre, pero hay períodos en que son más lentos y otros en los cuales los acontecimientos se precipitan y su complejidad aumenta por el hecho de ser impredecibles y apreciados solo en forma retrospectiva. Nadie, por ejemplo, en la Florencia del siglo XIV pudo haber dicho con certeza “en marzo del próximo año comienza el Renacimiento”. Otras veces suceden no uno, sino muchos cambios simultáneamente, como una revolución tecnológica acompañada de una revolución política y otra de las relaciones de género.

El cambio de época que estamos viviendo parece ser uno de estos. Si pudiéramos ponernos de acuerdo en el alcance y profundidad de una de sus dimensiones, quizá sea el de la revolución de las tecnologías de la información y de las comunicaciones y el de la digitalización de la sociedad. Su expresión más palpable es el teléfono móvil “inteligente” (el smartphone) con acceso a la web, que parece haberse convertido ya en una extensión del cuerpo humano, como si fuera otra mano u otra oreja. De todas las implicaciones que quiero resaltar de este fenómeno, está el enorme flujo y uso de información, que las grandes empresas y muchos gobiernos están obteniendo y utilizando para ganar plata, unos, y para controlar a sus ciudadanos, los otros.

Al leer, comprar, charlar o ver películas y noticieros con esos aparatos, dejamos una huella digital, que empresas y gobiernos procesan y utilizan para construir perfiles de nuestro estrato social y económico, de nuestros gustos, pensamientos, inclinaciones y aficiones. Uno de los casos más extremos parece ser el del gobierno chino, que, según The Economist, con la huella digital de sus ciudadanos está elaborando perfiles de todas las personas y clasificándolas por categorías que van desde un extremo, como excelentes ciudadanos, hasta otro, como sospechosos o peligrosos. Basados en esos perfiles, en una provincia china han llegado a detener gente aun antes de que haya cometido algún delito.

Ante estas amenazas a nuestra libertad individual y a nuestra capacidad de construir planes autónomos de vida se está ya precipitando una sana reacción en Europa y en los Estados para regular las grandes empresas tecnológicas y, en Francia, Macron está tomando otras medidas, como prohibir los teléfonos celulares en los colegios. La idea, por supuesto, no es prohibir dichas tecnologías, sino evitar que atenten contra los principios de nuestra democracia liberal. Pero necesitamos ir mucho más allá y tornar esa contrarrevolución en una segunda revolución de liberación ciudadana que, en una primera etapa, debe exigir la transparencia de nuestros Estados y gobiernos. Hace tan solo 20 años hubiese sido impensable. Pero, con esas mismas tecnologías de la información y las comunicaciones, y con la digitalización de la sociedad, los ciudadanos estamos también en capacidad de conocer qué hacen los Estados y los gobiernos, podemos saber hasta el último peso que gastan y en qué lo gastan los ministerios, los departamentos administrativos, las gobernaciones o las alcaldías. Esa es la próxima revolución que se avecina y, más que predecirla, tenemos que hacerla y precipitarla. Con voluntad política, esa tecnología nos liberará de los Musas, de los Ñoños, de la mermelada y de los cupos indicativos.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar