Una tradición que sabe a hogar

Madame Papita
02 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.

Quien en Bogotá no ha ido con su gente a Monserrate no sabe lo que es la vista y almojábanas con chocolate… Recordando y parafraseando ese famoso bambuco de nuestra tradición colombiana, uno alcanza a sentir la inmensidad del lugar, e incluso percibe el aroma de esos panecillos tan conocidos en la sabana de Bogotá y sus alrededores.

Lo rico de una buena almojábana es esa base de queso con la mezcla de harina, generalmente de maíz, trigo, arroz y hasta yuca; así como la inigualable textura que le dan la mantequilla, la leche y los huevos, que la vuelven esponjosa y deliciosa.

La tradición de hacer estas apetitosas tortas de queso viene de España, y no es raro que sean una de las herencias de la Colonia. Se dice que sus primeras apariciones fueron por las haciendas del Salto del Tequendama, y entraron a Bogotá por Soacha, donde luego nació su prima hermana muisca, la Garulla.

A mí que me den almojábana el día entero me hace inmensamente feliz. Al desayuno, onces, medias nueves y a la comida, acompañada de mi chocolate caliente y un buen trozo de queso campesino o doble crema. Siento que me calientan el alma, quizá por eso las zonas del país donde es más conocida son lugares de clima frío. De allí que otro de los países donde es tremendamente popular sea Bolivia.

Sin embargo, me sorprendió que uno de los lugares de Colombia donde más se producen, y donde se trabaja para que se conviertan en un producto patrimonio inmaterial y cultural, es La Paz, en Cesar. En este municipio, muy cercano a Valledupar, la almojábana es una tradición que les ha dado oficio a cientos de familias, y allí le han impreso un sabor y una forma diferente a como la conocemos en el interior.

Eso sí, sea en la sabana de Bogotá, en el Cesar o en otros lugares del país, lo que no falta son las variedades, que incluyen polémicos rellenos: unos las aman con arequipe, otros (y me cuento entre esos) con bocadillo, o los que simplemente prefieren dejarla con mucho queso en su interior. Hoy en día, a las más sofisticadas las acompañan con Nutella o chocolate derretido, miel y más arequipe (ñami). Y bueno, no me digan más cuando en la carta de los restaurantes me encuentro una torta de almojábana.

Ahora quiero hablarles de algo que me encontré en estos días en @Laalmojabaneria: los waffles de almojábana, que conquistaron mi corazón y mi golosa panza. Este particular local llegó a mí por recomendación de un amigo. Solo me dijo: “Prueba”. Lo que no me advirtió es que mi vida podría tener un nuevo llamado diario: ser cliente fiel y, por ende, tragona feliz. En un top de preferidos están, de lejos, los mencionados waffles, porque quedan lo suficientemente tostados por fuera, pero esponjosos por dentro. La miel para mí estuvo bien, pero con quienes he compartido este maravilloso descubrimiento me han dicho que prefieren el chocolate en salsa, mientras que yo me lo tomo caliente y espumoso con mis waffles.

Respecto a las almojábanas, la verdad es que hasta ahora descubrí las que vienen rellenas de bocadillo, y podrán decirme que es como la pizza hawaiana, pero no me importa: me encantaron. De hecho, me supieron a gloria acompañadas por la avena fresca que me mandaron la última vez.

Quiero decirles que @la_almojabaneria no tiene nada que envidiarles a esas almojábanas a las que solía pagarles viaje a Paipa. Creatividad para el desayuno o las onces, y felicidad para una trampa a cualquier hora del día. Los reto a comerse solo una.

 

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