Una verdad oficial

Juan David Ochoa
09 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

El nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Darío Acevedo Carmona, ha negado sin disimulo y sin temblor el conflicto armado de Colombia y cree que la Comisión de la Verdad y la JEP están cooptadas por el comunismo. Con esa interpretación tajante de la historia y esa omisión de los 200.000 muertos que arrastraron las vendettas mutuas de un estigma político, pretenderá dirigir la nueva narrativa que reconstruirá los principios en que se levantan Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez como los grandes instigadores del incendio, y que serán ahora, según su voluntad y su opinión, los humanistas que hicieron de Colombia un paraíso profanado por terroristas advenedizos. Al ser cuestionado por sus opiniones y sus sesgos, Acevedo ha respondido que sus opiniones no influirán en su trabajo investigativo y que todo será imparcial y acorde al profesionalismo de su experiencia. Pero es precisamente por sus ideas y sus opiniones que fue elegido por el comando general del Centro Democrático, el partido que se ha negado en bloque a toda aceptación de los excesos criminales del Estado, adulador del laureanismo y negador de los principios políticos de la primera confrontación, burlesco de la Masacre de las Bananeras que agigantó el resentimiento y el caos, reacio a aceptar la persecución contra los liberales a mediados del siglo y difusor de grandes mentiras retóricas para distorsionar la culpa.

Para eso estará allí el nuevo director del resguardo de la memoria; la retórica de la sospecha oficializará sutilmente la verdad que hasta el momento, según su perspectiva y su deseo, había sido relegada por el resentimiento de la izquierda soviética: la sagrada e infalible bondad católica de los criollos que ha merecido gobernar esta colonia desde siempre por la naturaleza incorruptible de su divinidad. Todo lo que haya surgido de la historia más allá de esos pequeños círculos del poder pactado será pecaminoso y profano, todos los muertos ajenos a la pureza estatal serán anomalías entre las leyes de la defensa, y todos los desplazados de estas seis décadas de sevicia serán migrantes internos, como los llamó en su momento el pensador de la nueva verdad oficial José Obdulio Gaviria. El también intelectual de la derecha sagrada Fernando Londoño Hoyos evocará a Carlos Castaño como un nombre memorable por su ortodoxia y su rectitud, y recordará que esas tropas que defendían la decencia estatal al margen de las leyes y los códigos bajo su mando no podrán ser insultadas por la distorsión del posconflicto y las injurias de la Justicia Especial para la Paz, acusándolas de los vejámenes que solo puede cometer el marxismo y la chusma de los marginados.

Tendrán que hacerles entender ahora a los adeptos de la nueva verdad la inconveniencia de la reducción de víctimas y las problemáticas de los hospitales militares sin amputados de un proceso de paz que detestaron hasta el final por ser impráctico y por atreverse a apagar las llamaradas de un conflicto inexistente. Tendrán seguramente la asesoría de Alfredo Rangel, exdirector del Centro de Seguridad y Democracia para demostrar con cifras móviles y extrañas que los fantasmas sacrílegos siguen allí, tras los arbustos de la nueva verdad para hacer estallar el paraíso.

 

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