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Único entre los únicos

Francisco Leal Buitrago
11 de enero de 2014 - 06:17 p. m.

Al leer en este diario la columna de Arlene Tickner (“India disonante”, 08-01-2014) reviví mi experiencia en 1997. La calificación de la India como potencia media hay que entenderla a través de su enorme potencial de desarrollo, mediado por protuberantes contrastes.

Dentro y fuera del país descuellan en las ciencias y en las artes figuras nativas a nivel mundial. Su enorme triángulo geográfico enclavado en el Índico alberga más de 1.200 millones de seres que practican innumerables culturas milenarias. Esa inigualable amalgama social, mezclada de riquezas y miserias, enfrenta la esperanza de que su unidad política talle un país en bruto con proyección mundial.

En Delhi –la nueva y la antigua– contrastan estilos arquitectónicos inigualables, además de bellezas mezcladas de pros y contras frente a la modernización occidental.

En Jaipur y otras ciudades se entrecruzan sus habitantes con los monos y pululan niños que por momentos asfixian a los visitantes. No obstante, está implícita la seguridad que garantiza su religión.

Ciudades distantes, como Bombay al oeste, Calcuta al este y Bangalore al sur, expresan contextos sociales que contrastan entre sí.

Monumentos grandiosos, como el Taj Mahal, en Agra, son una muestra del tamaño de la estética y la cultura, aunque muestren también la explotación humana del pasado.

No pocos de los contrastes y desbalances sociales de estos nichos geográficos fueron congelados por la explotación imperial británica, de la que sólo se libraron cuando finalizó el largo proceso de formación del Estado liberal moderno, luego la Segunda Guerra Mundial.

Merece mención especial Benarés, ciudad santa del Hinduismo, en las riberas del río Ganges y sus aguas purificadoras de esa religión. Este escenario sin igual, en el que conviven la mejor expresión de una religión con la más patética de las miserias humanas, está plasmado en el hermoso poema de Jorge Zalamea, “El sueño de las escalinatas”, escrito en 1956.

Su inmensa población flotante –llena de deformidades, amputaciones y enfermedades– llega para purificar sus espíritus en el Ganges e invade las angostas y malolientes calles aledañas a sus riberas, en las que desembocan las rampas por donde se deslizan las cenizas de los muertos para eternizarse en sus aguas.

Esa invasión humana de peregrinos transita, come, duerme y defeca en medio de las calles donde se atraviesan las vacas sagradas. Es la máxima expresión de la miseria humana tras una creencia religiosa.

Fue tal el impacto de esa viaje que, junto con Magdalena León –mi esposa–, invitamos a cenar a Luis Jorge Garay, asiduo visitante de las lejanas y extrañas tierras del sur y el sureste asiático, para que nos contara de sus experiencias en la India. Con su gran conocimiento y la atracción que le brindan las culturas orientales, resumo lo que nos dijo esa noche: en la India se encuentra la mayor diversidad cultural en un solo país, que no tiene comparación con el resto del inmenso continente asiático.

 

* Francisco Leal Buitrago

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