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¿Unirá esta peste al mundo?

Juan Manuel Ospina
23 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

En la previsible y necesaria reflexión que como consecuencia de la peste universal, por primera vez en la historia, empieza a vivirse real y no discursivamente como una preocupación común, se consolida progresivamente la conciencia de un destino común, que permita dejar atrás tantas diferencias y desconfianza acumulada.

La creciente conciencia planetaria, surgida no de los libros ni de las predicaciones, sino de la dura realidad presente, le debe dar, diría que le necesita dar, a la globalización y en general a las relaciones entre las naciones un sentido y un contenido que trasciendan hacia la búsqueda de un mayor beneficio en el menor tiempo posible. Es la ambición imperante, liderada por empresas transnacionales cuya patria es el mercado sin otro propósito que el lucro rápido (“extractivo”), para lo cual dejan de lado cualquier consideración sobre su sostenibilidad en el tiempo y los costos sociales y ambientales que su acción depredadora acarrea; costos que simplemente endosa a la economía y a la sociedad en su conjunto.

Urge una reconceptualización de la globalización a partir de definir claramente los alcances del ámbito y responsabilidades de los Estados y de los intereses nacionales de una parte y los del espacio internacional, en un mundo cada vez más integrado e interdependiente. Su agenda reclama de manera inaplazable ser ampliada temáticamente, pues ya no puede circunscribirse a los temas de economía y guerras, actuando bajo la amenaza del veto de “las superpotencias”, a la par con una reingeniería tanto del Sistema de Naciones Unidas como de las instancia y entidades regionales, llamadas a jugar un papel central de intermediación entre las naciones y el escenario mundial.

El mundo ya no puede permanecer conformado por unas naciones aisladas y cada vez más arrinconadas por los intereses del capital, sobre todo del financiero internacionalizado (“el neoliberalismo”), y con un poder internacional controlado por un puñado de países. Tiene que ser un mundo de regiones con su agenda y sus prioridades que identifiquen e impulsen los temas –problemas y posibilidades– para con una sola voz hacerse oír en el mundo. De ahí la importancia de la lucha que en estos momentos lideran Alemania y Francia para salvar a la Unión Europea, a partir de la reivindicación del espíritu de solidaridad y de los intereses compartidos que le dieron origen, conscientes de que la actual situación extrema debe servir como catalizador político de reformas inaplazables a las cuales la crisis las debería colocar como prioritarias en la agenda comunitaria pospandémica.

Y es una necesidad también para América Latina que debe superar una dicotomía del pasado reciente entre los Estados Unidos y una Unasue creada para oponerse y no para proponer, empecinada en buscar aquello que nos diferencia y confronta, y no lo que nos puede unir con resonancias de una “Patria Grande” bolivariana y no chavista. Terminaron los tiempos en que Estados Unidos nos trataba como su patio trasero, en el mundo polar de la guerra fría. Los tiempos no regresan, pero las aspiraciones sí. Falta nos hacen los visionarios del Pacto Andino, una de las víctimas de Augusto Pinochet y su ultraliberalismo económico. ¿Qué se hicieron políticos visionarios como Carlos Lleras y Eduardo Frei Montalvo, Raúl Leoni y Galo Plaza? Generará esta crisis los nuevos liderazgos que los tiempos reclaman. Esa es la incógnita que puede ensombrecer las expectativas, acá y en el mundo.

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