Universo paralelo

Isabel Segovia
08 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Empezar el año con la consciencia de que sí se puede vivir diferente, de que existe en este universo un país donde la gente vive en paz, feliz, con sus necesidades básicas satisfechas, en armonía con su entorno y orgullosa de lo que ha construido, es esperanzador y al mismo tiempo desafiante. Ese lugar, geográficamente lejos de todo, pero bien cerca del nirvana, es Nueva Zelanda.

Colonizado por pioneros ingleses, escoceses, irlandeses y holandeses, fue el primer país en firmar un acuerdo entre colonizados y colonizadores: los maoríes —los primeros pobladores de estas islas— y la Corona Británica, para que ésta los protegiera de otros inmigrantes europeos. El Tratado de Waitangi de 1840 convierte a Nueva Zelanda en una colonia británica y abre el camino para fomentar una sana convivencia (no exenta de problemas) entre los pioneros europeos y los maoríes, evitando su exterminio. No cabe duda de que el revolucionario acuerdo le permitió a esa nueva nación comenzar su historia de una manera diferente.

Ese país, consciente desde sus inicios de la importancia de lograr la igualdad de derechos para todos, fue el primero en el mundo en permitir el sufragio femenino, en 1893. No sorprende entonces que haya elegido a la primera ministra más joven de la historia del planeta (que sí actúa como joven), quien adicionalmente fue madre y, como toda mujer, disfrutó de su licencia de maternidad, ocupando el cargo más importante del país.

También es el primer país en decretar una Ley de Bienestar Animal (1999) donde se reconoce que los animales son seres sensibles y por ello deben ser respetados y bien cuidados, so pena de ir a la cárcel por maltratarlos. Por esta razón el país ha venido transformando su economía, pasando de ser eminentemente agropecuaria a turística.

Tampoco sorprende que ante la calamidad sea una comunidad no solo empática y solidaria sino valiente. Después de la terrible matanza ocurrida en dos mezquitas de la ciudad más importante de la isla sur, Christchurch, los neozelandeses empezaron a entregar sus armas voluntariamente y en solo unas pocas semanas se aprobaron nuevas leyes prohibiendo portarlas, para contribuir como sociedad a evitar que un evento de esta naturaleza se repita.

Es una comunidad libre, no policiva, que confía en sus ciudadanos. Si alguien decide tomar riesgos es libre de hacerlo y solo él es responsable de sus actos. Es evidente que el sentido común es su principal rasgo cultural. Es una sociedad tranquila, satisfecha y orgullosa de la nación que han construido. Y no es para menos, sin duda alguna su calidad de vida es extraordinaria.

No se trata de idealizar a Nueva Zelanda. Se trata de reflexionar sobre lo que podríamos lograr si quisiéramos. Ellos decidieron y todo lo que son lo han construido; no fue un golpe de suerte, ni el destino. Sí, viven en un territorio lindo, con montañas, lagos y ríos, rodeado de agua, y en caso de que lo estén pensando, no estoy describiendo a Colombia, aunque parezca. Así que las condiciones están, lo que claramente no tenemos es la voluntad. Esa sociedad nos enseña que nos podemos reinventar, que existe un universo paralelo donde lo están logrando, por simple determinación, así que si quisiéramos podríamos ser una nación solidaria, equitativa, pacífica. Lo que se necesita es querer.

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