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Unos inmensos retos

Mauricio Botero Caicedo
16 de agosto de 2015 - 02:22 a. m.

No conozco al señor Roberto Vélez, el recién elegido gerente de la Federación de Cafeteros. He leído, sin embargo, varias declaraciones suyas y me da la impresión que es un hombre sensato y aterrizado que podrá empezar a solucionar varios de los problemas que los cafeteros arrastran durante décadas.

Sigo sin entender por qué en un negocio en que la totalidad de los productores y de los consumidores son del sector privado, y en donde es el mercado el que dicta el precio y las pautas de consumo y por ende de producción, el Gobierno tenga que meter sus narices tan hondo, teniendo tres ministros y el director de Planeación en la Federación.

Creo que el señor Vélez debe concentrarse en solucionar prioritariamente dos problemas: El primero es que garantizar la supervivencia de los cafeteros únicamente a través de subsidios no es el camino. La modernización de la caficultura pasa por eliminar del discurso cafetero la premisa según la cual los problemas se resuelven con los recursos de los contribuyentes, a través del Presupuesto de la Nación.

El segundo problema es el de la comercialización externa e interna del grano. El sueño de todo empresario es vender un producto diferenciado, aunque se parezca su producto a otro como una gota de agua a la otra. Basta ver el caso de agua embotellada, en que cada firma pretende convencer al consumidor que su H²O es diferente. La Federación, en una política insensata, pretende y hace exactamente lo contrario: homogeniza un producto manifiestamente diferenciado. Con la peregrina tesis que el buen café es un “commodity”, cree que los productores van a salir favorecidos al ponerle el sello de ‘Café de Colombia’. Con una terquedad inexplicable, la Federación se resiste a aceptar que el mercado paga un mínima prima que se mide en centavos por el llamado ‘Café de Colombia’, mientras que por los cafés especiales, con denominación de origen, las primas se miden es en dólares. Colombia hubiera podido ser el líder indiscutible de los cafés de superior calidad, el segmento que más crece en el mercado.

El vino es muy parecido al café. Es decir, hay varias ‘cepas’, pero las calidades y propiedades de la uva tienen enormes diferencias dependiendo del suelo, el clima, la luminosidad, el régimen de aguas y las prácticas agrícolas. Los franceses —que no tienen un pelo de tontos— nunca se dejaron encasillar por los grandes comercializadores de licores con el rótulo de ‘Vinos de Francia’. Por el contrario, impusieron la etiqueta de ‘Denominación de Origen’ para sus vinos de Burdeos y de Borgoña. Los galos sabían que una etiqueta que dijera ‘Vino de Francia’ podía tener unos pocos dólares de prima, pero la ‘Denominación de Origen’ tiene primas que se tasan en decenas de dólares.

Tampoco hay derecho a que los colombianos sigamos consumiendo el peor café del mundo. Los europeos no se dejaron encasillar en la estupidez que al producir excelentes vinos, no podían producir vinos de mesa. El que en Francia se produzca un ‘Petrus’ no es impedimento para producir un buen vino de mesa en el Loira.

El cambio de modelo, de pasar de un producto arbitrariamente homogenizado a uno diferenciado va a ser complejo, mas no imposible. La Federación, que sí dispone de una valiosísima cantera de técnicos y de conocimiento de las zonas productoras, debe utilizar este acervo y prestigio para fomentar y garantizar las ‘denominaciones de origen’. Tampoco se debe dejar de lado el apoyo técnico y financiero a los productores de cafés orgánicos. ¡Suerte don Roberto!

 

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