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USA, ¿nueva república banana?

Sergio Ocampo Madrid
02 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Uno como hombre latinoamericano mantiene desde que nace un extraño conflicto de atracción-evitación con Estados Unidos, que se sostiene a lo largo de la vida y nunca se resuelve. Es un cuento viejo y con profundas raíces históricas por todo el garrote recibido antes y después de Theodore Roosevelt; por aquella consideración en boca de Reagan de ser nosotros su patio trasero; por saber que Somoza era un hijodeperra pero era “su” hijodeperra, en palabras de Cordell Hull, secretario de Estado del otro Roosevelt; por los dos millones y medio de kilómetros arrancados a México. Nos produce un fastidio silencioso su exclusión reiterada al autonombrarse como América y que el mundo les diga americanos. Nos humilla el desprecio de sus visas para estas banana republics del sur.

Pero también vivimos la mitad de la vida devorando su cine, cantamos sus baladas, repetimos sus dichos y escribimos wi fi pero decimos wai fai, nos reímos con sus comedias, admiramos a sus superhéroes, nos ponemos de nombres Jeison, Freddy, Steven. Casi todos tenemos un familiar que emigró y se quedó.

En lo personal, admiro su irreductible sentido de lo público, su buen equilibrio y separación de poderes, nacidos en la exigüidad de apenas dos partidos, su política exterior que siembra tempestades afuera y pesca en todos los ríos revueltos, pero que es parte de todo un proyecto de consolidación nacional. Bien por ellos, mal por nosotros. Los veo, en palabras simples, como un país serio.

O al menos lo eran hasta hace cuatro años, cuando se embarcaron en esta aventura de los populismos de la que creíamos eran territorio libre y eligieron a un presidente que es toda una puesta en escena y a la vez una caricatura, entre cruel y ridícula: cara siempre fruncida, del vaquero recio pero también del mafioso inclemente; actitud de varón supremacista, pero con un coqueto copete y un inquietante color anaranjado en la piel, de maquillaje o de bronceado; multimillonario emblemático, pero que solo paga 750 dólares de impuestos (yo le he consignado más a la DIAN cada año desde el 2015); hombre fuerte que dizque le habla duro a Kim Jong-un, como corresponde a un jefe de Estado, pero que también pelea con Cher y le dice que sus cirugías plásticas no le sirvieron, o que califica a Meryl Streep como actriz sobrevalorada, en una actitud de reguetonero de barrio. Y todo porque lo criticaron. Un todopoderoso, a la vanguardia del mundo, pero cuyo léxico no va más allá de un “horrible” o “terrible” para descalificar, atacar de modo preventivo o para no responder las preguntas.

Estos cuatro años han sido catastróficos y de un daño enorme para una democracia con tantas campanillas. Esa nación que supo maniobrar con una fuerte fractura bicentenaria, en lo racial, lo mental, lo ideológico, hoy está más escindida que nunca, como lo afirmó Paul Auster en El País el martes pasado. Trump asumió la división no solo como estrategia sino como política de Estado.

Esa alerta la lanzó hace una semana el director del Centro Legislativo y Presidencial en American University, David Baker, al advertir la impresionante homogenización de los partidos, ya no solo en ideología sino en el color de la piel y en la ubicación de domicilio. Así, a los republicanos de hoy los une más que la tendencia conservadora la composición racial mayoritariamente blanca y el hecho de agruparse en suburbios y en zonas rurales, y a los demócratas ya no solo los aglutina su fibra liberal sino que se volvieron una sumatoria de minorías en los grandes centros urbanos. “Cada pequeña cosa de nuestra vida cotidiana está dividida por líneas partidistas. Simplemente no tenemos contacto con personas que piensen distinto. Y si no hay interacción es improbable que una persona se vea expuesta a información que pueda cambiar o moderar sus creencias sociales y políticas”, aseguró Baker en informe reciente de El Tiempo.

Los altos tribunales de la justicia gringa eran uno de sus enormes orgullos por la altísima exigencia en la hoja de vida para acceder a ellos. Así, la menor tacha inhabilitaba a un aspirante. Eso se rompió en 2018 cuando Trump logró imponer a Brett Kavanaugh a pesar de tener graves denuncias por abusos sexuales. Y hace una semana, también logró poner a la ultraderechista Amy Coney Barrett, con lo cual la Corte Suprema quedó con tres magistrados progresistas versus seis conservadores. Eso sugiere consecuencias de tipo social y moral para varios años pues esos cargos son perpetuos y solo se suplen por muerte de un titular.

El juicio a Trump del 2019 en el Senado por las eventuales presiones sobre el gobierno de Ucrania para perjudicar a Joe Biden, en el que los republicanos cerraron filas alrededor del presidente sin siquiera revisar las pruebas, evidenció que ese Congreso no dista mucho del de cualquiera otra republiqueta del tercer mundo, en donde el control político al Ejecutivo es prenda de canje.

A lo largo de estos cuatro años, solo en sus frases y tuits, Trump ha dejado ver una catadura moral y una talla intelectual que lo ubican perfectamente de primero entre los “hijosdeperra” de los que habló Cordel Hull, o sea entre los más clásicos dictadores latinoamericanos, y digno de una nueva novela. Para la historia de la infamia y de la comedia quedarán declaraciones como la del apoyo a Arabia Saudita y su príncipe hace dos años tras confirmarse la relación de este con el crimen de Jamal Khashoggi en el consulado árabe de Estambul: “Es que Arabia es un socio firme y dijo que va a invertir una cifra récord en Estados Unidos”, o la propuesta de inyectar desinfectante con cloro para prevenir y tratar el coronavirus, o el “stand back” y “stand by” (retrocedan y esperen) en mensaje al siniestro grupo supremacista de los Proud Boys hace tres semanas, en una intención idéntica a la de un Chávez- Maduro con sus guardias bolivarianas para actuar en caso de perder el poder.

Mañana, día de elecciones, tendremos más claridad sobre si esto de Trump fue solo un error pasajero por el desencanto de unos blancos nostálgicos y recelosos ante lo diverso, o el inicio real de una nueva era en la que se estrenaron y les quedó gustando eso de las dictaduras, de los poderes sin ningún control, de la ignorancia retando a la ciencia y sofocando el disenso, y de un estilo de mando con más teatro y carisma rudo que realizaciones, o sea todos los ingredientes de las banana republics.

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Tayrona(31467)03 de noviembre de 2020 - 01:20 a. m.
Amanecerá y veremos si los gringos eligieron desmoronarse mas y mas, o si eligieron la decencia y su nación. Mientras tanto Rusia y China pacientemente esperan su turno de ser los policías del mundo. Y si USA de desbarata, será para ellos una oportunidad excepcional para reemplazarla. Ese será el legado del payaso que eligieron y perpetuaron. Amén del despelote que éste está incitando.
Alberto(3788)02 de noviembre de 2020 - 10:33 p. m.
Fueron, Sergio, Fueron... Lo terrible es que esa otra entidad del inframundo es un enemigo de la humanidad.
Eduardo Sáenz Rovner(7668)02 de noviembre de 2020 - 08:15 p. m.
Y pensar que las bestias narcouribistas están con Trump. Apenas.
Julio(4143)02 de noviembre de 2020 - 08:03 p. m.
Excelente.
usucapion1000(15667)02 de noviembre de 2020 - 07:57 p. m.
Excelente radiografía de un psicópata y sociópata con pretensiones de reina de belleza. Gracias Sr. Ocampo Madrid por una columna dura pero refrescante.
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