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Vacaciones: ¿cuántas?

Tulio Elí Chinchilla
03 de diciembre de 2010 - 02:56 a. m.

EL LIBRO EL DERECHO A LA PEREZA (1882), del francés-caribe Paul Lafargue, reivindicó el valor del ocio, tan denostado por la ortodoxia como pecado capital, “madre de todos los vicios” y antípoda de la suma virtud: el trabajo arduo.

Lafargue, socialista (yerno de Carlos Marx), exalta como modelo de sociedad a la española (especialmente la andaluza), centrada en el goce sensual y el divertimento diletante y no en la rigurosa disciplina productiva. Citando la bella frase de Jesús: “Los lirios del campo no tejen ni hilan y, sin embargo, nadie viste como ellos”, erige al ocio en el verdadero derecho humano que nos hará más dignos, y cuestiona la ética burguesa cuya retórica del trabajo nos convierte en máquinas útiles.

Una de las concreciones de tan llamativo derecho humano es el derecho al descanso, fundamental en el discurso constitucional de hoy. Siendo las vacaciones parte de su contenido esencial, ¿cuál debe ser la duración justa y necesaria de ellas, cuál la manera de aprovecharlas mejor? El tema es objeto de profunda reflexión, hasta el punto de que la Universidad de Deusto cuenta con un Centro de Estudios de Ocio.

Brasil es el país latinoamericano con mayor tiempo de vacaciones: 30 días, más 11 festivos, al año; México, el que menos otorga: seis días laborales para el primer año de trabajo, con incremento gradual por antigüedad hasta llegar a 20 días cuando se completa el vigésimo año de servicio. En Argentina —siguiendo la tendencia universal— la duración de las vacaciones aumenta según la antigüedad del trabajador: empieza con 14 días los primeros cinco años y llega hasta 35 días al vigésimo año de trabajo. España garantiza un mínimo de 30 días naturales, más 14 festivos al año; Austria: 30 días laborables (jornada semanal de 5 días), con 14 festivos; Chipre: 24 días laborables con 17 festivos.

 Nuestro Código del Trabajo garantiza 15 días hábiles de descanso (dos semanas y media) y 18 festivos, todavía muy por debajo de los más generosos. Bastaría aumentar sólo unos días al interregno vacacional para gozar de tres semanas enteras de ocio en el sector privado. Los empleados oficiales han logrado un nivel mejor: así, los profesores universitarios gozan de dos periodos de quince días laborables el uno y calendario el otro; los funcionarios judiciales de cinco días adicionales en Semana Santa. A los otros servidores públicos se les concede la Semana Mayor pero bajo la envoltura —artificio santanderista— de reposición mediante horas extras prepagadas.

Aún al margen de una argumentación en términos de derechos dignificantes, una visión productivista y utilitaria aconsejaría un aumento del tiempo vacacional: a mayor cantidad de ocio remunerado, mejor productividad (menor estrés laboral, mejor actitud hacia el trabajo). Sin ser evidente la relación causa-efecto, se aprecia una coincidencia entre países más productivos y los que conceden mayor tiempo de vacaciones.

Otro aspecto de reflexión es la conveniencia de la continuidad del descanso vacacional, garantizada por ley. Algunos estudiosos han sugerido como ideal fraccionar el tiempo total de vacaciones en cuatro periodos, cada uno de ellos idealmente de una semana.

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