Vacuna contra el egovirus

Alberto López de Mesa
18 de marzo de 2020 - 04:59 a. m.

La pandemia del coronavirus ha demostrado, una vez más, la impotencia y la fragilidad de la especie humana ante las calamidades naturales, ha revelado la indolencia egoísta del capitalismo, la barbarie consumista a la que nos impele el mercado, las mezquindades del poder y de la política, la perversa manipulación de las iglesias a los espíritus perdidos en la ignorancia.

Suponen que el origen está en el murciélago, no porque los chinos se lo coman como dijeron algunos racistas, sino porque en este mamífero alado habitan otros coronavirus que él excreta, y el guano seguramente cayó en el pasto que se comió un pangolín, animal en vía de extinción, comercializado por su caparazón. Pero toda esa fábula es incierta. Lo único probado es que la infección inició en un mercado de carnes de la ciudad china de Wuhan. Aunque el ministro de relaciones exteriores afirmó que el origen del virus pudo estar fuera de China, sospechando de que lo haya llevado el ejército norteamericano. No faltaron los tendenciosos que aseguraron que una secta científica lo creó en un laboratorio y lo usó para frenar la pujante economía China. Tampoco faltaron los apocalípticos y embusteros pastores evangélicos que culpan a satanás del calamitoso Covid-19.

Este nuevo coronavirus pervive horas o días según las condiciones de humedad y la temperatura ambiente, a los humanos nos causa severa afección respiratoria, que puede ser letal en personas con frágil sistema inmunológico como los ancianos, los diabéticos o quienes ya tengan una afección pulmonar; personas jóvenes y saludables superan la infección tratadas a tiempo. Lo que nadie previó es la velocidad de su propagación.

China, en este siglo, desarrolló una economía de mercado dinámica y global, de sus puertos aéreos, marítimos y terrestres entran y salen a diario miles de comerciantes, mercaderes, ejecutivos, financistas, etcétera de participes del intercambio económico y cultural con la potencia asiática. Así, el virus se exportó primero a toda Europa y enseguida a todo el mundo.

La salud privatizada riñe con la medicina preventiva. Para la medicina comercial, para el mercado farmacéutico, la enfermedad es el negocio, el paciente es un cliente, la prevención va en contravía de la rentabilidad. Por eso los países con sistema de salud público han reaccionado con mayor idoneidad a la emergencia. Dónde la salud está privatizada los gobernantes se demoran en decidir porque dudan a la hora de afectar el mercado. Vale decir que las medidas para contrarrestar la propagación del coronavirus y el control de la infección son la cuarentena obligatoria, toda la población en casa y los hospitales y el personal médico capacitados para acoger y atender de emergencia a los infectados, sin esto la epidemia es inevitable y los muertes serán muchas, como ocurrió en Italia, en España y ocurrirá en todos los países dónde los gobernantes prioricen lo económico sobre la vida.

Por supuesto que el cierre del comercio, la paralización de la producción y de la dinámica financiera es un tramacazo a la esencia misma del capitalismo. Pero justamente es ahora dónde descubriremos las prioridades éticas y vitales que nos definen como especie.

Esta vez la calamidad natural no fue tan clasista como en otras ocasiones, como el cólera, el ébola, el H1N1 que se ensañaban con los más pobres. El coronavirus, como se mueve en aeropuertos y hace presencia en lobbys de grandes hoteles, en el show room y en el mercado bursátil, pues los contagiados son clase media y hasta ricachones sorprendidos por la infección en sus penthouse.

“La naturaleza se está desquitando, el coronavirus está provocando la parálisis revolucionaria que los movimientos sociales no lograron” – le oí decir a un extremista a la entrada de un supermercado atiborrado de compradores compulsivos que se acaparaban con egoísmo los productos básicos. Esa es la mentalidad que desde el siglo XIX inculcó el capitalismo a las clases medias: sálvese como pueda, la vida es una competencia dónde triunfa el avispado, el egoísta.

La cuarentena general afectará a todo el sistema, pero los más lesionados serán los que viven de la venta diaria, el tendero, el del puesto de comidas, el de la miscelánea. Endeudados con un banco indolente que igual, una vez pase la crisis, reclamará sus intereses, cumplirá los embargos y se apropiará de los bienes hipotecados. A menos que la crisis sea tan prologada que los embargados resurjan furiosos y, en masa, se nieguen a pagar, y que el usurero haga lo que quiera. La verdad, sería un bello amanecer.

No dudo que sí habrá cambios, lecciones de la pandemia: la higiene en general será un hábito popular a la vez que la gente se volverá más escrupulosa para el contacto físico. A las universidades, sobre todo las privadas, les quedarán gustando las clases virtuales porque invierten menos en infraestructura física, gastan menos en servicios y hasta pueden disminuir profesorado. Creo que seremos más exigentes para que la salud pública prevalezca frente a la medicina comercial. Tal vez, pecaré de optimismo, pero creo que la pandemia del coronavirus sensibilizará a la humanidad respecto a la necesidad de cambiar las maneras de relacionarnos con el planeta. Una nueva ecología vital que nos vacune contra el egoísmo y la codicia.

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