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Vagos, batidas y bolcheviques

Tatiana Acevedo Guerrero
20 de septiembre de 2015 - 02:09 a. m.

En el día y por la tarde, debe trabajar juicioso el hombre pobre.

Pues hay en Colombia una tradición jurídica de penalización de la vagancia masculina.

Durante los años veinte el “desocupado” fue motivo de debate parlamentario. Se temía la incurabilidad de los jóvenes que caminaban sin afanes y como peinando las calles. Asiduos de burdel, juego o trago, bulliciosos y viajeros sin oficio eran expulsados de Bogotá y confinados en colonias penales agrarias. Además de “negarse a hacer trabajo honesto”, quien no tuviera estabilidad ni domicilio fijo era ladrón o bolchevique, contrabandista o huelguista. A través de la década del veinte y entrados los treinta cundió el temor por desembarco de soviéticos, asonada y motín. Amparado en leyes como la de Defensa Social (toda reunión pública es sospechosa y queda prohibida) el Ejército mantuvo alumbrando parques, plazas y calles, en búsqueda de viciosos y sediciosos, disolviendo grupos, oyendo conversaciones. Décadas de ansiedad esperando al enemigo interno dejaron huella en legislación y prepararon el escenario para las Farc.

Cincuenta años de lucha antisubversiva reforzaron la independencia militar en la lucha contra la vagancia y la sedición. Dentro de esta narrativa de leyes que irrespetan las libertades civiles se inscribe la historia del Batallón de inteligencia Charry Solano, el capítulo Puerto Boyacá, las trenzas con el paramilitarismo del Catatumbo o el Caribe y la lista de ejecuciones extrajudiciales. En otro nivel, pero dentro del mismo contexto, se apiñaron silenciosamente las batidas.

He visto una batida subirse a un bus en Barranquilla un jueves por la tarde, al promediar las tres. Se orilló el chofer cerca al estadio de béisbol y se bajaron todos menos nosotras y los abuelos. Las batidas se hacen en hora laboral para agarrar al que no tiene empleo ni estudia por ausencia de libreta. El concejal Antonio Sanguino denunció este mes batidas ilegales en Bogotá. En Medellín, el representante Víctor Correa avisó de un reclutamiento vespertino con video (¿cómo será el reclutamiento en las ciudades del postconflicto: en Soacha o Soledad, en las ciudadelas de Vargas Lleras, en Girón o Malambo?). Mario Velásquez, presidente de la Asociación de las Juntas de Acción Comunal de la localidad de Santa Fe, intervino cuando con ayuda de la Policía se realizaba una batida masiva entre los retenidos en un CAI de los Laches. Al final de la noche Velásquez quedó solo y con la amenaza (“cuídese, hijueputa, cuídese”).

Más allá de lo anecdótico de los videos y las denuncias, no ha pasado nada. Al compendio de leyes y sentencias que impiden las batidas no le hace caso nadie. Quizás, inculcada por generaciones, se ha naturalizado la desconfianza en el hombre pobre, que merece que se lo lleven cualquier día en un camión sin despedirse de la mamá. Así, se volvió normal que la clase media pague la libreta por millones, por costumbre, por inercia. Y tal vez porque todo el mundo le tiene pavor al Ejército, curtido en 51 años de conflicto armado. También por eso nada cambia. Sobre todo por eso. Bien lo dice uno de los muchachos montados en el camión cuando el representante Correa (la voz de la autoridad) le grita que se rebele y se baje por las malas: “ustedes dicen que pa’ abajo. Bajen pues las talanqueras si son muy hombres, ábranlas”.

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