¿Vamos a dejar de ser racistas?

Catalina Ruiz-Navarro
19 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

A mí también me enseñaron en el colegio que Colombia es una nación mestiza en donde los tres colores primarios de la raza se mezclaron alegremente y que, como resultado, todos los y las colombianas tenemos “un poquito de todo”. Pero bastaba voltear la página del libro de sociales para entender que la cosa no fue tan feliz. Para empezar, había un esquema que parecía sacado de la pared de una veterinaria y que supuestamente explicaba cómo esas tres razas daban origen a otras tres (mestizo, mulato y zambo), y en la hoja contigua estaba la pirámide social, en donde quedaba muy claro que en la base estaban las personas de piel oscura y en la cima las más blancas como si fueran nieve. Nadie nos dijo en el colegio “esto es racismo”, ni “esto está mal”, ni “esos blancos están en la cumbre gracias a la explotación inhumana de todos los demás”.

Es más cómodo, para las personas blancas, adherirnos al discurso del mestizaje nacional porque así nos sentimos menos culpables. Suena como que todos y todas llegamos a esta gran nación en busca de oportunidades. Pero no fue así. A las comunidades indígenas las mataron y les robaron la tierra. Las personas negras que llegaron a Colombia lo hicieron contra su voluntad y porque este país era uno de los puertos de comercio de esclavos más importantes del continente. Como dice la afrofeminista Sher Herrera: “no somos una nación mestiza porque aquí no haya racismo, somos una nación mestiza porque Colombia es una nación racista que siempre ha anhelado el blanqueamiento”.

Según el informe Radiografía de la Desigualdad, publicado por Oxfam Colombia en 2018, el 1 % de las fincas de mayor tamaño tienen en su poder el 81 % de la tierra colombiana. El 19 % de tierra restante se reparte entre el 99 % de las fincas. Adivinen el color de piel de los y las propietarias del 81 % de la tierra. ¿Habrían podido amasar tanta riqueza sin la explotación y el despojo? ¿Por qué será que las comunidades negras viven en los barrios más pobres de las ciudades y en las regiones más apartadas del país? ¿Porque les gusta? No. Se llama negligencia del Estado y discriminación. Cada vez que un jugador de fútbol negro mete un gol en el extranjero, cada vez que suena en otro país No le pegue a la negra del Joe, nos paramos a bailar hinchando el pecho orgullosos de esa “colombianidad”, pero sin detenernos a preguntar: ¿por qué las personas negras en Colombia se destacan en áreas como el deporte y la música, pero no como empresarios? La respuesta es bastante obvia: para ser empresario se necesita capital, para ser médico se necesita ir a la universidad, en cambio esos talentos en la música y el deporte se desarrollan a pesar del Estado, y a pesar de nuestro racismo, aunque luego nos guste decir que esos logros son “de todos”.

Cuando hacemos esas preguntas nos damos cuenta de que las personas blancas en este país hemos disfrutado de los aportes de las personas negras, los asumimos como nuestros sin tener que asumir también las consecuencias de la discriminación, y no hemos hecho jamás un carajo por disminuir la desigualdad, discriminación y explotación a las que se enfrentan las personas negras en este país. ¿De verdad no nos da ni un poquito de vergüenza? Si valoramos tanto los aportes de las personas afro, unámonos a la lucha antirracista. Pero claro, sin olvidar que cuando yo digo algo antirracista solo recibo aplausos por ser una buena blanca progresista, pero si una mujer negra lo dice se arriesga a la segregación y a la violencia. Yo lo digo en este periódico mientras las mujeres negras lo dicen en las calles, y lo digo con la opción de retractarme y seguir siendo racista sin que eso me afecte a mí y a mi familia.

Hay una inmensa arrogancia en que la revista Fucsia crea que puede excusar su racismo porque le hace un “homenaje” al Petronio. El Petronio Álvarez es, ha sido, y será, sin los homenajes condescendientes de las revistas bogotanas, no las necesita. Menos “homenajes” y más servicios públicos, escuelas y carreteras; menos discriminación por parte de la fuerza pública, más acceso a tierras, más oportunidades, más visibilidad, y sobre todo más poder, porque sólo la redistribución del poder acabará con la desigualdad.

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