Veinticuatro

Aura Lucía Mera
24 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Esta noche se abrirán los regalos. Pavo, trago a la lata, pesebres y árboles iluminados. Luces guiñando el ojo y muchos sin saber muy bien si se están quedando tuertos o si la operación de cataratas no quedó bien. El Niño quedará en brazos del viejo barbudo, no san José sino Noel, y un reno se meterá con toda seguridad por el techo de paja del pesebre espantando al buey y al burro. Sobrarán abrazos, unos de rigor y otros de verdad.

En muchas casas sobrarán los juguetes, los niños romperán papeles y botarán al suelo pompones y lazos, ávidos de rasgar el nuevo envoltorio sin prestarle atención al que acaban de abrir. Suegros, consuegros, cuñados, hermanos y primos cantando villancicos ante un árbol verde, sin ver al Niño por ninguna parte, pero repitiendo Tutaina a grito pelado. Buñuelos, natillas, desamargados, ensalada de papa, hojaldras, la vajilla fina que se usa una vez al año, totes, luces de bengala, volcanes y sacaniguas. En otras casas, menos regalos, un arbolito de plástico, pocos papeles en el suelo, pero, a lo mejor, con una alegría más auténtica. No sé...

De todas maneras, es una noche de tregua, para olvidar las otras 364 noches tremendas y oscuras del año. Tregua en la violencia diaria. Tregua en la angustia cotidiana. Tregua en este país donde se quiere volver trizas la paz y la convivencia. Noche de paz, noche de amor, que no pasará de ser un canto vacío ante la berraca realidad.

Una parodia. Una comedia necesaria para no sucumbir ante la incertidumbre y el temor. Los Reyes Magos se irán con su estrella al clóset el Niño y la Virgen, el burro y los pastores a sus cajas. Enguayabados, endeudados y rendidos de tanto abrazo y tanto brindis, amaneceremos con el horror de más fosas descubiertas, de más falsos positivos que ya son un genocidio, de más líderes asesinados, de más corrupción, prebendas amañadas y rabia contenida. Mañana 25 no hay noticias. Pero el 26 llegará y, por más que sigamos con las calles iluminadas hasta los Reyes, seguiremos sin brújula ni guía, en la oscuridad, a menos que hagamos de verdad un alto en el camino y reflexionemos hacia dónde queremos ir. Unidos, mirándonos de frente y sintiendo que nos escuchan.

Todavía es tiempo de que el presidente Duque tome de verdad las riendas de este país y se haga responsable ante la historia de la enorme obligación que tiene —lo he repetido varias veces y no soy la única—. Colombia no aguanta más desgobierno. No somos Polombia, señor presidente. A menos que en un “acto fallido”, como diría Freud, estuviera pensando en el plomo o se le hubiera volado la paloma del todo. Aterrice. Gobierne. Desate nudos. Componga ese gabinete que es un sainete de circo pobre. Hágase respetar si quiere que el país lo respete.

Que Papá Noel, los renos, el Niño recién nacido, la estrella de Belén o Herodes lo hagan reaccionar. Pero este desgobierno no puede continuar. ¡No llegaremos cantando villancicos a la próxima Navidad!

Posdata. Creo que a este país lo salvan los excelentes gobiernos departamentales y municipales que hemos tenido en casi todas las regiones. Afortunadamente. Porque el central solo patina en círculos y el hielo está a punto de derretirse, ¡no solo por el calentamiento global!

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