Veneno de la casa

Juan David Ochoa
11 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Aunque resulta clara la estrategia maniquea del Gobierno para revelarse pausado y violento en los mismos escenarios con el objetivo prediseñado de seguir azuzando esa base electoral educada en el desprecio, sus efectos son contraproducentes para el propio partido y su futuro en el poder. El discurso de Macías, un veneno de la casa uribista presentado al público del mundo, extendió la idea de un país inviable y destrozado por la incertidumbre, ahogado en mares espumosos de coca y disparado en índices extraños de secuestros que asolan todas las esquinas de la oscuridad. Aunque la comunidad internacional ha acompañado mayoritariamente los efectos del proceso de paz y ha reconocido sus avances, el sector inversionista, tan nervioso y timorato con las leves sospechas, tendrá ahora serias dudas en jugar sus capitales sobre un terreno inestable que además tiene el acecho de la enorme sombra de una venganza gubernamental que podrá regenerar la violencia.

La pócima de ese veneno también la tomaron ellos en la gala solemne de esa posesión que esperaron durante una década para volver a domar la historia como a un caballo reservado y adorado por la mafia. Pero ya las políticas correctas no importan, y la diplomacia tampoco debe demostrarse ahora que la furia babeante y la retaliación, viejos sellos simbólicos, son el sustento teórico de su retorno. No existe el enemigo que los hizo relevantes en una historia de insignificancias argumentativas. Por eso acuden a esa táctica esquizoide de confusión entre una  frívola moderación  y un rugido energúmeno en secuencia. Tienen el síntoma evidente de la improvisación que ha cumplido su fin principal, el poder, pero desconocen ahora para qué lo tienen, salvo para ajustar las cuentas de una vieja traición.

Toda la desfachatez de esas escenas era previsible: los aplausos inflados de orgullo al prohombre que tiene ahora los tintes de un mártir al borde de la deshonra; la enumeración hiperbólica de la desgracia, la solemnidad alrededor de ese concepto peligroso de patria que quisieron resaltar en un fingido reconocimiento a la diversidad que tanto estigmatizan y persiguen, la falsa reiteración por la unidad que ellos mismos destruyeron mientras el proceso de paz intentaba resarcir la historia. La mentira fue de nuevo su recurso más sólido para exaltar la euforia de una secta que ahora revela su naturaleza sin pudor, con el fanatismo al rojo del hervimiento y sin ninguna intención de serenar la turbulencia que crearon por la simple y llana resistencia de ese delirante gremio de criollos que heredaron sus tierras del despojo en esa guerra que los hizo aún más superiores y poderosos.

Ese espectáculo pudo haber sido solo una demostración de mezquindad cómica si no se hubieran atrevido una vez más a negar el conflicto armado. Ese insulto frontal a los muertos y a la memoria de todas las generaciones que apenas intentan levantarse del fango y de la sangre supera la perversidad. Siguen sugiriendo que los muertos de los paramilitares nunca tuvieron importancia, siguen escupiendo sobre los huérfanos y los desposeídos que ignoró la confrontación, siguen negando el principio político de una historia que a esta altura histórica debía ser una obviedad insoportable para la consciencia. El uribismo ha iniciado su nuevo gobierno a la altura de su enfermedad y, por lo visto, el presidente de papel será el primero en tomar de ese veneno especial para los iniciados.

 

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