Al reconocer que "los modelos productivos que hasta ahora hemos ensayado han fracasado, y la responsabilidad es nuestra”, en un intento por ganar tiempo después de casi 20 años, el fiasco del gobierno Maduro es una prueba más de que las ideologías pueden ser útiles para llegar al gobierno pero no son suficientes para ejercerlo.
Se necesitó una inflación pronosticada por el FMI para 2018 de 1.000.000%; el éxodo de al menos dos millones de venezolanos en los últimos tres años; el colapso en la prestación de los servicios públicos; la cifra de homicidios más alta del mundo, en un país sin guerra; una recesión del 40% en el PIB en el mismo periodo, y muchos etcéteras, para reconocer que el socialismo del siglo 21 funcionó como discurso que llevó al chavismo al poder, pero fracasó rotundamente en el desempeño del gobierno.
La falta de cifras confiables sobre lo que ocurría en Venezuela sirvió para que se pusiera en discusión cualquier balance de la gestión gubernamental. En Colombia, por ejemplo, el proceso que ha llevado a nuestros hermanos a lo que hoy se empieza a reconocer, desde todas partes, como una crisis humanitaria, se trató de “ideologizar”. Incluso ahora, cuando cifras y hechos son concluyentes. Vale decir que al evaluar la acción de los gobiernos, el de Maduro o cualquiera, las disculpas no cuentan.
El periodo de auge de la revolución bolivariana puede atribuirse, más que a la figura de Chávez o a su sustento ideológico, variable que se mantiene constante, al petróleo por encima de 100 dólares que llegó hasta 150 en 2008. Ahora, cuando el Brent quiere llegar a 80 y la falta de exploración en el mundo podría propiciar una nueva bonanza, la producción petrolera de Venezuela cayó casi a la mitad en los últimos dos años lo que le deja mal parado hasta para disfrutarla.
En un país con la tasa de generales más alta del planeta, tiene 2000 mientras Estados Unidos 900, quien dirige la petrolera estatal es, obviamente, un general, al igual que ocurre en muchas otras actividades lo que ha proporcionado al gobierno un importante sustento basado en la ostentación de la fuerza y el amedrentamiento de la oposición, pero no ha sido suficiente para solucionar problemas estructurales ni de gestión, una característica común de los regímenes autoritarios.
Las ideologías no pueden servir como pretexto para desidia y mala gestión. La administración del Estado no puede fundamentarse en objetivos ideológicos, exclusivamente. Se trata de disponer de la mejor forma los recursos; su capacidad de garantizar libertades, también de empresa; de planificar, conducir, concertar, administrar y no solo de ofrecer promesas. La crítica que la revolución de Chávez ejerció sobre sus antecesores para llegar al gobierno no les sirvió para ejercerlo. No se recuerda una Venezuela peor que la actual, cuyo gobierno invoca, cada vez con más frecuencia, al enemigo externo, representado en Colombia.
Dentro de los errores que ahora Maduro reconoce, esperamos que encuentre espacio para sus cierres de frontera que solo sirvieron para empeorar la situación; el veto a la pequeña industria y a los productos colombianos que surtieron históricamente ese mercado, un espacio unitario, en la práctica; una región con una economía complementaria y una cultura común que su modelo de gobierno proscribió.
Observando los palos de ciego de Maduro es inevitable recordar a Platón, quien se preguntó hace más de dos milenios “¿No hay Estados que llevan la injusticia hasta atentar contra la libertad de otros Estados y someter muchos a la esclavitud?”. Más vale seguir atentos: Las declaraciones la semana pasada del senador norteamericano Marco Rubio, cercano a su gobierno, en el sentido de que ya no es tan descartable, para su país, una intervención militar en Venezuela, coincide con la ya angustiosa situación de un régimen fracasado que no encuentra motivos para justificar su permanencia en el poder. Cuidado con los pretextos.
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