Venezuela y la sustracción de materia

Arturo Guerrero
06 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Los morrales andantes que suben y bajan por las carreteras colombianas. Las esquinas urbanas donde se sientan y piden: “Familia, una ayuda”. El acento y la pinta inconfundibles cuando agradecen el buenos días o buenas tardes, a bordo de los apeñuscados Transmilenios.

Siempre con un niño de brazos, al que a veces se suma otro de poquísimos años. Son jóvenes, han estudiado carreras intermedias, desgranan discursos sobre los $25.000 que cuesta el cuarto de hotel y sobre la advertencia del casero si no llegan esa noche con los billetes completos.

Los venezolanos se vinieron por millones y no saben para dónde coger ni cuánto tiempo durará su lejanía. Caminan para hacerse la vida. Algunos consiguen algún trabajo sin papeles, del que son corridos a los pocos meses. Si se les pregunta por qué se exiliaron, hablan de la escasez, de la nada que se puede comprar con los billetes.

¿Alguien se aventura a conjeturar las razones inconscientes de este éxodo? Tal vez haya alguna pista en las investigaciones del fundador de la etnología brasilera. Es el médico y explorador alemán de entre el XIX y el XX Karl Von den Steinen, un barbudo científico que se internó en el Mato Grosso donde conoció la tribu bakairi.

En su carnet de notas 1942-1972, titulado La provincia del hombre, el nobel de Literatura búlgaro Elias Canetti rescata una sorprendente conclusión de Von den Steinen: “Cuando los bakairi no están contentos con su jefe, abandonan el pueblo y le piden que gobierne solo”.

Es una especie de réplica anticipada de nuestra “Estrategia del caracol”, cuando las familias de inquilinos pobres y acosados de una casa antigua se llevan a escondidas a otro lote paredes, ventanas, baños, cocina, techos, y prometen pintar la fachada antes de que lleguen los policías del desalojo. “Ahí tienen su hijueputa casa pintada”, es lo que encuentran las autoridades en el momento de tomar posesión del cascarón abandonado por los habitantes.

La casa pintada y el pueblo vacío son el desquite de las familias humildes y de los indios mal gobernados. Una revancha por sustracción de materia. Ahí le dejamos el pueblo desocupado para que siga dando órdenes al viento, a las piedras, a los pájaros. Apodérese del esqueleto de casa, a ver si logra pasar una noche entre los escombros.

Ningún político habría aconsejado a sus seguidores sacarse la espina de un mandatario aborrecido o de una justicia tramposa con este recurso de locos. Es la gente, en su inocencia y genio, la que recurre a estas vueltas de tuerca. En vez de derrocar al tirano, abandonarlo para que ordene quitar la lluvia, como un personaje de Gabo. No desalojar por las malas la casa, sino deshuesarla por las buenas.

Quién quita que esta sea la secreta astucia de los venezolanos en fuga. Dejar solo a Maduro, desocupar el país para que el presidente siga mandando a los millones y millonas de su fantasía. Ahí tiene su nación petrolera sin petróleo, sus calles vacías, el cascarón de todas las casas sin gente, el oropel de sus militares cada vez más gordos.

arturoguerreror@gmail.com

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