Ventanas inteligentes

Piedad Bonnett
12 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

La decisión de Duque de alargar el confinamiento obligatorio es acertada: no sólo porque es necesaria, sino porque el tiempo previsto es sensato y da esperanza en medio de un aislamiento que empieza a parecer eterno. No se trata de volver a la normalidad total, quizá tengamos otras cuarentenas y debamos optar por el confinamiento voluntario. Pero que se abran ventanas “inteligentes” puede ser muy necesario para el ánimo ciudadano, e incluso puede instar a permanecer en casa a una mayoría.

No es fácil encontrar un equilibrio entre lo policivo y el respeto por los derechos individuales, sobre todo cuando hay una parte de la población que persiste en ignorar la cuarentena, bien por irresponsabilidad o por necesidad de supervivencia. Pero es necesario eludir la tentación dictatorial en la que a menudo cae la derecha –Duterte ya habló de matar a los transgresores– y evitar crear una atmósfera de guerra que agudice el pánico natural. Aunque en principio tal vez sea necesaria la militarización de carreteras y pueblos enteros, como se está dando, esta pone el énfasis en la amenaza estatal, cuando lo que debe promoverse es conciencia social, conocimiento de los riesgos y solidaridad humana. Por eso me parece certera la consigna que pone la responsabilidad en los colombianos: “unidos, todos podemos”.

Sabemos bastante de lo que pasa afuera, pero no nos planteamos con cuidado lo que pasa adentro y agudiza la asfixia generalizada. Es fácil decir que esta época debe asumirse como una oportunidad de recogimiento, de introspección. ¿Y qué pasa cuando se vive en condición de hacinamiento, cuando el maltratador se ensaña con la mujer o con los hijos adolescentes, cuando la precariedad desata la violencia, cuando el alcoholismo instaura su poder destructivo en el ámbito familiar? Los niños están siendo víctimas grandes del encierro. Las clases virtuales parecen estar dando resultados sólo hasta un punto, en parte porque los maestros no encuentran metodologías apropiadas, en parte porque los estudiantes se desmotivan sin la interacción de otros niños. Sé por testimonios cercanos que se exageran las tareas, como si estuviéramos en tiempos normales, y que los pobres padres, agobiados por el teletrabajo y las tareas domésticas, deben además estar acompañando a sus niños para que no se distraigan o para que entiendan.

El ministro de Salud ha tocado, con buen tino, aunque de pasada, un tema importantísimo: el de la salud mental. Si el confinamiento obligatorio puede desatar depresión, claustrofobia o ansiedad, ¿qué decir de los hogares en los que alguien sufre enfermedades mayores, trastornos de personalidad, bipolaridad o esquizofrenia? Y ni que hablar de lo casos de soledad absoluta de personas desvalidas. Comparto la idea de muchos de que llamar “abuelitos” a los viejos y condenarlos al confinamiento obligatorio vulnera su respetabilidad y desestima su capacidad de autocuidado. Por todo lo anterior, creo que a partir del 27 habría que creer más en todos los que hemos sabido acatar la cuarentena y encontrar salidas flexibles. ¿Qué riesgo tiene que un anciano dé una vuelta a un parque con su cuidador, que un atleta corra solitario por una vía, que una mujer abrumada se fume un cigarrillo en la puerta de su edificio? No sé. Me gusta confiar.

 

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