Verdad y memoria colectiva

Piedad Bonnett
01 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Andreas Huyssen, catedrático alemán que acaba de dictar en Fragmentos una charla, afirma, en magnífica entrevista para este diario, que “la memoria colectiva es necesaria para que haya cohesión social y para establecer legados comunes” que orienten el futuro de las naciones. Nos lo recuerda en el momento en que una parte de los colombianos tenemos puestas nuestras esperanzas en la JEP, la Comisión de la Verdad y otras instancias encargadas de develar lo sucedido en 50 años de conflicto armado.

Las atrocidades perpetradas por los distintos actores del conflicto son cada vez más evidentes y estremecedoras, como lo demuestran investigaciones importantísimas como ¡Basta ya!, del antiguo equipo del Centro Nacional de Memoria Histórica, y los pocos medios que creen, como Huyssen, que “sin pasados establecidos y bien comprendidos no puede haber un futuro exitoso”, y nos revelan a diario historias que muestran de qué tamaño fue la ignominia y hasta qué punto los colombianos sólo la conocimos parcialmente. ¿Por qué, entonces, a pesar de todas las evidencias, un grupo de recalcitrantes, entre los que se cuentan los senadores Uribe, Macías, Ramos Maya y el director del Centro de Memoria Histórica, Rubén Darío Acevedo, todos del Centro Democrático, pueden seguir insistiendo en que no hubo conflicto armado? Porque cuando hay intereses políticos particulares lo primero que se hace en relación con la narrativa de un conflicto es manipular el lenguaje, cambiando unos términos por otros; porque, según Iván Orozco , “el poder siempre ha querido controlar, sobre todo en tiempos de crisis o de transición política, la producción de verdad…”. Y, finalmente, porque, como explica Huyssen, cuando la violencia del pasado persiste y víctimas y victimarios aún viven entre nosotros, “los consensos y la rendición de cuentas son más difíciles de conseguir”. Por tal motivo las Farc tratan de justificar y minimizar su política de secuestros; el general Montoya se obstina en callar o se atreve a echarles toda la culpa a sus soldados, con el vergonzoso argumento de que por su condición social no distinguen entre operativos y falsos positivos, y José Félix Lafaurie, simplificando la verdad, afirma que rechaza “el intento de cuestionar el papel del ganadero. El ganadero no es victimario, el ganadero es víctima”. La verdad se manipula y, por tanto, se diluye, se niega a salir a flote.

Porque no hay una sola memoria colectiva y porque toda narrativa es cambiante en la medida en que salen a la luz hechos nuevos, son muchas las voces que alertan sobre la necesidad de que el Centro de Memoria Histórica, a pesar de ser un ente gubernamental, garantice que la versión de la historia que allí se engendre no sea la de una “historia oficial”. Algo que no pareciera estar sucediendo en manos de Acevedo, como lo denunció esta semana Gonzalo Sánchez, su anterior e impecable director. “El control de las narrativas del pasado ha sido con demasiada frecuencia el primer paso hacia la dictadura”, afirma Huyssen. Y cita a Orwell: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.

 

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