Verde que te quiero verde

Valentina Coccia
27 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Esta mañana me levanté como de costumbre, faltando un cuarto para las cinco. No me cuesta despertarme, me levanto de buen ánimo, con ganas de tomarme un café y leer las noticias. Todo cambia cuando abro la ventana para que entre un poco de aire. Siempre lo hago desprevenida, con todo el ánimo de empezar el día con una bocanada de aire frío que refresque mi habitación. Sin embargo, tan pronto abro la ventana solo siento el espesor de las emisiones de los buses y los malos olores de la calle. Vivo en una zona céntrica de la ciudad y me desespera levantarme y ver suciedad, ver tanta basura que se amontona por la calle o que vuela por la acera con los empujones del viento. Estoy harta de salir a correr y sentir que la contaminación se cuela por mis ojos hasta sacarme las lágrimas. Todas estas sensaciones entristecen mi día, destruyen mi ánimo. Sería muy distinto despertarme con el sonido de un arroyo o por lo menos con la sensación de un aire limpio y prístino.

Estas pequeñas incomodidades del día a día me hacen pensar en el reciente discurso de la activista ambiental Greta Thunberg en la Cumbre del Clima convocada recientemente por la ONU. Thunberg fue muy criticada por sus palabras: para muchos, haber declarado que la crisis climática arruinó su infancia y que estaba mellando su proyección futura la puso en ridículo; sin hablar de que muchos reprocharon que hablaba con odio y sin diplomacia. Pensando en mis experiencias de cada mañana y en cómo la crisis climática ha modificado los planes de vida de las generaciones más jóvenes, me atrevo a decir que Thunberg tiene toda la razón. Vivimos nuestra vida sin poder respirar aire limpio, nuestras ciudades ya se están convirtiendo en basureros, en escombros de lo que alguna vez fueron. La época en la que lográbamos apreciar y disfrutar la naturaleza quedó tan enterrada que ya no nos queda ni el recuerdo.

Todo esto sin tocar el tema de cuánto han cambiado nuestras expectativas de vida desde que el cambio climático se ha impuesto de forma arrolladora. Es devastador leer en la prensa que si no hacemos algo en los próximos diez años a nuestra especie le quedan como mucho 30 años de vida. “¿Ya para qué?”, me repito a veces, condenándome a mí misma a una muerte inminente. Ya la maternidad o la paternidad han salido de las expectativas de la vida de muchos. Ya no podemos aspirar a lo que aspiraron nuestros padres; ya no podemos ni siquiera guardar la esperanza de vivir una vida larga y próspera. Thunberg tiene razón: arruinaron nuestro futuro, destruyeron nuestros sueños y ya no sabemos cómo vivir o qué esperar de ahora en adelante.

No obstante, la rabia de Thunberg me da esperanza: solo ese impulso de indignación y carisma puede salvarnos de caer muertos en esta tumba. Esa furia junto al espíritu de unión que la joven activista está generando pueden llevarnos a los cambios que necesitamos como comunidad mundial. Abandonar las utopías del capitalismo y redescubrir la preocupación por el bienestar común son las únicas alternativas que tenemos. Recientemente oí en un documental que “la madre tierra no es un recurso, es una fuente de vida”. Si la naturaleza pierde esta cualidad, nosotros también dejaremos de existir; dejaremos de formar parte de esta Tierra que regenera vida en cada instante, en cada rincón. Seamos uno con ella: seamos verdes, “verde que te quiero verde”, como diría algún famoso poeta español.

@valentinacocci4, valentinacoccia.elespectador@gmail.com

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