A mano alzada

Versalles: un siglo de arrogancia

Fernando Barbosa
23 de junio de 2019 - 05:30 a. m.

Este 28 de junio se cumple un siglo de la firma del Tratado de Paz de Versalles con el que se quiso dar término a la primera guerra mundial y cimentar un futuro pacífico. Su significado, por lo menos para el caso de lo que nos sucede en estos tiempos a los colombianos, podría ayudar a generar reflexiones y, ojalá, soluciones.

Lo primero que salta a la vista es el tratamiento que los vencedores les dieron a los vencidos, a los alemanes. No se les reconoció como derrotados, que lo eran. Fueron simplemente confrontados como parias que debían arrodillarse ante la soberbia de sus oponentes, encabezados por una Francia que quería vengarse de sus pasados fracasos. Pero eso no fue suficiente. Se hizo imperioso romperle el espinazo a su economía, para lo cual le impusieron el pago de unas reparaciones económicas de guerra imposibles de cumplir.

Si no se salva el honor de los contrincantes es casi que imposible aclimatar la paz. Y ese honor no es otra cosa que el reconocimiento de que las negociaciones se dan entre seres humanos Y peor aún cuando se trata de militares, de lado y lado, quienes prefieren el sacrificio a soportar unas condiciones indignas, como las que padeció Ayax en la tragedia de Sófocles. El invencible general de la guerra de Troya, al ver perdido su honor, no encuentra otra forma de reponerlo que quitarse la vida. Que fue lo que en últimas sucedió con la flota alemana anclada en el puerto escocés de Scapa Flow a la espera de una solución decorosa. Como no se logró, las tripulaciones decidieron hundir sus barcos.

Otros efectos de Versalles fueron los cambios territoriales en Europa, en el medio oriente, en el Asia y el Pacífico. Sobre los dos primeros aún se mantienen vivos los conflictos que nacieron de esas determinaciones. Pero sobre el caso de Japón, que se sentó a la mesa de negociaciones como una de las cinco grandes potencias mundiales, poco se menciona lo que le significó el haber recibido las posesiones territoriales de Alemania en la provincia de Shandong, decisión que desencadenó el Movimiento del 4 de mayo en China y que dejaría abierta la puerta a la expansión japonesa de las siguientes décadas.

La sensación que deja la lectura del artículo 231 del Tratado hace evidente la torpeza con la que se procedió. Dice el texto: “Los Gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, que Alemania y sus aliados son responsables, por haberlos causado, de todos los daños y pérdidas sufridos por los Gobiernos aliados asociados y sus súbditos por consecuencia de la guerra que les fue impuesta por la agresión de Alemania y sus aliados”. Y esto era tanto como decir que los muertos fueron de un solo bando.

Disfrazados con nuevas etiquetas, siguen al día argumentos detestables e insostenibles como aquel que pide aborrecer a los judíos porque mataron a Cristo. De igual manera, se quiere revivir un odio como el de Versalles para conducir a los colombianos a la catástrofe. Porque sin magnanimidad no habrá futuro. En medio de la insensatez, pareciera que lo único que nos entusiasmara fuera reescribir la Ilíada: “¡Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles!”.

 

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