Vidas a la deriva

Columnista invitado EE
09 de mayo de 2017 - 03:25 a. m.

Por: Juan Carlos Rodas Montoya

Paulino es un hombre que trabaja en la selva desde muy joven. Sabe que el riesgo de la muerte es una constante por las condiciones de la naturaleza. El Paraná es el lugar que habita al lado de su eterna enamorada, Dorotea. A la deriva es un cuento de Horacio Quiroga que narra la historia de Paulino, quien es picado por una yaracacusú y hace hasta lo imposible por retrasar la muerte, porque no se quiere morir, pero la naturaleza, la distancia, sus amigos, todo está en su contra. Lo paradójico es que la narración pasa del dolor físico por la picadura a un sosiego insondable por la conciencia de la muerte. Ya sin dolor y sin tragedias, revive el nombre de algunos amigos que ya no recuerda cuándo fue la última vez que vio. La muerte lo alivia del dolor físico y le brinda la alegría del recuerdo. Leer a Quiroga produce la misma sensación de quien juega fútbol y se ve de frente a una realidad: el fútbol no perdona. Hay jugadores que, como en el cuento, son picados por víboras tan letales como una yaracacusú y no encuentran sosiego, ni siquiera cuando enfrentan la muerte. La vida de un jugador va de puerto en puerto, como un marino, porque le toca besar cada camiseta que se pone como estandarte, porque ya no depende de sus sueños y está sujeto al vaivén de agentes externos que lo dejan sin ánimos de vivir, aunque atesore el preciado trofeo —los hinchas son fieles porque pertenecen a una hermandad que no cambia de color—.

Hay profesiones que se saben estables, pero la del futbolista es como un barquito de papel que se mete a la selva de Misiones y se lo lleva la corriente de acuerdo con los designios del contubernio agua-viento. Quiroga escribió este cuento para que reconozcamos que la muerte ayuda a comprender más. Paradojas de la literatura que están en el fútbol, porque son pasiones y dolores que humanizan.

Algunos jugadores han encontrado su alivio en la muerte, porque sus vidas se habían convertido en una tragedia por errar un penalti o por ser humillados por las gargantas que piden un muerto al unísono, aunque sea de manera simbólica. Paulino se murió en su entorno, que es su selva, su cosa. Algunos jugadores se han muerto en la cancha, es decir, en su contexto, en su cosa, como en el mito de Sísifo. La cosa del fútbol es la cosa de la muerte y la de la literatura. La vida de Horacio Quiroga finaliza con la muerte, pero comienza de nuevo con la escritura. La vida de los jugadores finaliza con la muerte, pero revive de nuevo con los goles que se eternizan. Goles y escritura se parecen porque inmortalizan.

 

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