Publicidad

Viejo y nuevo

Francisco Gutiérrez Sanín
07 de noviembre de 2008 - 01:17 a. m.

YA  MUCHOS ANÁLISIS, CORTOS Y LARgos, líricos y prosaicos, buenos y malos, lo han dicho en todos los tonos: la elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos es histórica.

Por lo que representa simbólicamente (en términos de evolución de actitudes frente al racismo, por ejemplo), pero también por la posibilidad de que el próximo año la única superpotencia del mundo adopte una nueva orientación.

¿No es esta expectativa ingenua? Al fin y al cabo el futuro inquilino de la Casa Blanca tendrá que administrar un vasto imperio. Sí; pero dentro de cualquier conjunto de restricciones estructurales la diferencia entre tener un buen y un mal gobernante (o entre uno muy y menos malo) nunca es trivial. Es sobre esta simple constatación que se construye la distinción entre milenarismo malhumorado, pero impotente, y estrategia activa. Agréguesele a esto que, con la velocidad del cambio tecnológico que contemplan, disfrutan, y sufren, los habitantes del siglo XXI, lo que sucede en los Estados Unidos tiene un impacto enorme en el resto del mundo. Una modalidad del efecto mariposa que hoy padecen en carne viva los islandeses, y que han intuido en la costa atlántica colombiana organizando plebiscitos pro-Obama en forma de carnaval. ¿Chiste colorido, expresión de identidades transnacionales, o intuición garcíamarquiana de un futuro en el que todo el mundo irá pidiendo tener gradualmente voz y voto en decisiones que tienen impacto global?

Como fuere, el entusiasmo en los cinco continentes por Obama se articula con un regreso vigoroso de la política en su forma clásica: política de partido, de cuadros, de trabajo voluntario. Todo esto en un nuevo contexto tecnológico. Pues el triunfo del candidato demócrata —quien gozó de la suerte del campeón: la crisis económica le cayó encima a McCain cuando éste empezaba a tomar ventaja en los sondeos— se debe entre otras muchas cosas a su capacidad de usar un conjunto de tecnologías para acceder a nuevos fondos y auditorios. Obama les debe mucho a nuevas pantallas, las del computador personal, el celular y el BlackBerry, que hasta ahora sólo habían aparecido marginalmente en las contiendas electorales.

Pero hay algo más, que ha aparecido de manera tan obvia y machacona que corre el riesgo de pasar desapercibido: pese a los discursos de “cambiar a Washington” y de “saltar por encima de las divisiones”, esta fue una campaña de partidos, con niveles muy altos de organización, estructuración, y financiación. Si en las décadas anteriores la política televisiva había aupado el antipartidismo —con experiencias que aparecían a diversos niveles de desarrollo, desde Berlusconi en el primer mundo hasta Museveni en Uganda, pasando por Fujimori en Perú— esta elección muestra que el uso de la internet y otros medios de comunicación flexibles y altamente personalizados puede convivir con identidades colectivas sólidas y formas de organización poderosas e innovadoras.

Gracias a ellos, Obama amplió el horizonte de imaginación política de su partido —para poder hacer lo propio con la nación—. Buena lección para nuestros dirigentes. Si se sabe hacer, la apuesta por los partidos es aún rentable —quizá más que nunca—.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar