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Vigilar más a las hijas que a los hijos

Mauricio Rubio
30 de julio de 2015 - 04:33 a. m.

“Un viento misterioso apagaba las lámparas de la sala y Úrsula sorprendía a los novios besándose en la oscuridad… Terminó por no aceptar ninguna explicación y se sentó en un mecedor a vigilar la visita”.

Como los Buendía, conocí familias en las que las hijas sin chaperona no podían recibir visita, o salir. Nunca supe de un hombre que le tocara soportar ese agravio, salvo como pretendiente. Suena increíble, pero más de la mitad de las universitarias bogotanas señalan que en la adolescencia todavía sufrieron diferencias importantes con los hombres en los “permisos para salir de la casa o las horas de llegada”.

Sería apresurado atribuir ese machismo a padres posesivos. Son las madres quienes, como Úrsula, refuerzan la vigilancia de las hijas. Cuando la joven ha vivido con el padre, sólo o emparejado, hay menos desequilibrio.

Para regular la actividad de las jóvenes, la supervisión especial es no sólo incómoda para todos sino ineficaz: no afecta la edad de inicio sexual, ni el número de compañeros de cama; no disminuye la rumbeadera, ni el gusto por el cigarrillo, el trago o la marihuana. Tampoco tiene efecto perceptible sobre el desempeño académico.

La excesiva custodia sobre las hijas sí se asocia con el acoso callejero, pero al revés. Las jóvenes más vigiladas que sus hermanos tienen mayores chances de sentirse hostigadas por fuera de casa: reportan más haber aguantado miradas incómodas o piropos en el último mes.

No todo ocurre en la imaginación de estas jóvenes sobre protegidas pues el riesgo de ser pellizcadas o manoseadas en la calle también es superior. Se puede especular que el excesivo celo en la casa produce cierta inseguridad de la joven en el espacio público que de alguna manera perciben los acosadores. En los testimonios que buscan combatir el acoso sexual callejero es palpable ese temor permanente, que sin duda se hace manifiesto en la calle. “Cada vez que salgo sola me estreso y me da tanta rabia porque recibo tanto acoso y solo quiero que se callen” lamenta una bogotana que necesita al novio a su lado para sentirse tranquila en la calle, y que tal vez tuvo menos libertad que sus hermanos. Hasta las promotoras de la penalización de tales conductas señalan ese handicap: “los violadores potenciales seleccionan a sus víctimas fijándose en aquellas mujeres que parecen vulnerables al ataque”.

La asimilación de cualquier agravio al preámbulo de la catástrofe indica que hoy por hoy la custodia intensa sobre las hijas no busca sólo proteger su virginidad, como en Macondo. A ese tic machista se le debe sumar la obsesión feminista por la violación. "No hay manera de saber qué desconocido resultará ser un violador. Por lo tanto, cada vez que un hombre se dirige a una mujer en la calle, ella debe contemplar la posibilidad de que la puedan violar". ¿Qué se podía esperar de la paranoia promovida por esta sentencia de una jurista norteamericana hace tres décadas? Un elemento crucial del sometimiento de las mujeres por el patriarcado, advierten las agoreras, es meterles el miedo a la violación, que no es una conducta sexual sino un acto político de dominación. Para algunas mujeres, la profecía parece haberse cumplido, con ayuda y papaya del activismo.

Lo peor es que, contra la violencia sexual extrema, cuidarlas más a ellas que a ellos también resulta inocuo: no altera los chances de ser violada en la calle por un extraño o en una salida por el novio o amigo. En Colombia, la violación por desconocidos viene frecuentemente como añadidura de otros crímenes, como los atracos. El pánico ante un ataque violento puede debilitar a la víctima hasta el punto de hacerla presa fácil de una violación. El cínico testimonio de un atracador violador al que la agredida abrazó del susto por un robo a mano armada ilustra la situación: “apenas le quité la plata que tenía, y como estaba tan asustada quiso estar conmigo, y bueno, no hay que desaprovechar la oportunidad”. La prevención de las violaciones por desconocidos en el país casi entraría dentro del problema global de inseguridad: no son machos haciendo política sino delincuentes sexualmente oportunistas.

La recomendación para las Úrsulas, tanto chapadas a la antigua como seguidoras de doctrinas feministas gringas, es simple: dejen de joder a las hijas, no sirve para nada. Esta sugerencia y la información anterior se refieren a la sobredosis de restricciones que soportan las mujeres, no a la invaluable supervisión familiar durante la adolescencia.

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