Se perdió el gobierno de la policía y la política perdió el gobierno de la sociedad.
En un sentido político-ideológico, impera la empatía con unos y el repudio de otros. Pero en un sentido humanista y espiritual, las violencias que hemos visto nos muestran por igual que Colombia es un país frágil. El sentimiento natural es tristeza.
Son demasiados los policías incursos en comportamientos arbitrarios e ilegales contra ciudadanos manifestantes, y demasiados los jóvenes que cometen vandalismo, bloqueos y agresiones directas contra la policía.
Ponerse políticamente a favor de unos o de otros es miopía. Se trata de dos graves problemas cuyas soluciones (reforma policial para fortalecer legitimidad y eficacia, y pacto social y fiscal con la juventud vía educación y empleo) requieren un consenso político básico.
Es cierto que se perdió el gobierno de la policía y ya no es creíble asegurar que sus agentes respetarán la ley y los protocolos frente a las protestas. Ni que sabrán proteger a los ciudadanos que no están protestando.
La sociedad necesita una Fuerza Pública respetada y eficaz. Creer que se puede hacer política contra la policía y luego liderar su reforma es tan miope como desestimar las evidencias y hacer política a favor. De esa manera no se construye la autoridad que necesita el próximo gobierno para enfrentar el problema, que ya afecta la política exterior.
Sin embargo, el asunto mayor que muestran el paro nacional continuado y la violencia civil es que la política perdió el gobierno de la sociedad.
Ninguna fuerza pública en un régimen democrático puede mantener el orden ante manifestaciones generalizadas o masivas de violencia civil (por ejemplo, 140 bloqueos simultáneos de carreteras). Lo que mantiene el orden es el liderazgo y la legitimidad del ámbito competitivo de la política, que es bastante más que el gobierno de turno.
Es claro que la protesta social pacífica y la violencia civil se hacen contra lo que representan las fuerzas políticas de la coalición de gobierno. Después, la oposición de centroizquierda y la radical han dicho que no pueden detener el movimiento del paro ni los bloqueos y el vandalismo, aunque es innegable quién es el candidato presidencial favorito de los que se sienten en “resistencia revolucionaria”.
Así, el ámbito de la política poco sirve para resolver esta crisis de gobierno de la sociedad. Hay que negociar con el Comité Nacional del Paro, que no tiene legitimidad democrática, que pide imposibles y que tampoco puede parar los bloqueos y el vandalismo.
Una sociedad fuerte ofrece bastante futuro a su juventud y previene una mentalidad de radicalismo o infantilismo ideológico tan extendida, tiene un sistema político que representa a una sólida mayoría de la población y una fuerza de policía capaz de garantizar el orden público (respetando los derechos humanos y la ley), tiene culturalmente clara la jerarquía de derechos (y no se expone al virus de una pandemia), y no se deja empujar hacia el “estado de naturaleza” así tan fácil.
Colombia está lejos de ser una sociedad fuerte. Tuvimos otro periodo de gobierno desafortunado, pero la explicación y la esperanza abarcan un horizonte más largo.