Violencia machista en el conflicto

Mauricio Rubio
18 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Los ataques paramilitares contra las mujeres fueron variados, veleidosos e impredecibles, como los comandantes. Es insólito el empeño por encasillarlos en un esquema uniforme y foráneo.

“A muchas de estas mujeres tocó hacerles terapia para que pudieran entender que fueron víctimas”. Hernán Giraldo, alias Taladro, comandante paramilitar, “las logró cautivar gracias al buen trato, los regalos, como casas o tierras, y al estatus”. Muchas de ellas quedaron embarazadas y vivieron como concubinas de Giraldo durante años. El capo “escogía sistemáticamente a las mujeres y las seducía”. Se calcula que la mitad de las víctimas, unas 200 niñas menores de 14 años, “fueron entregadas de manera voluntaria por sus padres”.

Esta ignominia se detalla en una investigación titulada “La violencia sexual como arma de guerra”. Evocar en Colombia una estrategia específica de los conflictos étnicos es un desatino. La imprecisión no solo enreda el diagnóstico, sino que agrava eventuales traumas de unas madres precoces que así son revictimizadas. Si fueron entregadas por sus padres, y estos las convencieron de que su sacrificio era conveniente para la familia, y además tuvieron un hijo con el Patrón, ¿quién y por qué decide intervenir para convencerlas de que fueron víctimas? Esta inquietud no implica proponer que se descriminalice ese abuso: simplemente destacar las secuelas que un dictamen desacertado puede tener sobre esas mujeres.

Las relaciones de Giraldo con menores de edad, su preferencia por las niñas vírgenes, ejerciendo un “derecho de pernada”, se asemejan al “apecho” de los esmeralderos: el privilegio de ser el primero en “ponerle el pecho encima” a una joven. Era común que cuando algún mandamás deseaba a una niña campesina, con el beneplácito de la familia se arreglara su entrega a cambio de trabajo en las minas, pagos o favores. Con las elegidas había un vínculo no exclusivo ni permanente, a veces hijos. Luego podía ser entregada a los escoltas o subordinados del patrón. El giro “arma de guerra” nunca se usó para referirse a esa costumbre abominable.

Con mayor rotación de víctimas y sin abortos forzados, los crímenes de Giraldo también se asemejan a las prácticas de reclutamiento de menores por la guerrilla. “Éramos las esclavas sexuales de los comandantes, el primer violador que tuve fue el Abuelo. Era el que probaba a las recién llegadas”, cuenta Yamile Noscué, integrante de la Corporación Rosa Blanca. “Me acostumbré a morir cada vez que el comandante me hacía ir a su cambuche. Ni siquiera escuchó cuando le dije que yo era virgen y que a pesar de tener los senos ya desarrollados solo tenía 12 años... me dijo que mejor, porque así me volvía mujer más rápido para poder enfrentar la guerra”, cuenta Érika, también de Rosa Blanca. Estas mujeres no han requerido terapia para tomar conciencia de que fueron víctimas. Han recibido amenazas por denunciar los ataques y son menospreciadas hasta por feministas obsesas con la violencia sexual como arma de guerra.

Alfredo Molano cuenta la historia de la Mona, una enfermera que accidentalmente terminó trabajando en el campamento de Doblecero. Un día, el comandante paramilitar se le echó encima: “¿Quiere dormir conmigo esta noche?”. Ella se indignó y le escupió, él la agarró del pelo, la tiró al suelo, le dio patadas en las costillas mientras la insultaba. “¡Malnacida! ¿Con quién cree que está hablando?”. Tardó en recuperarse y cuando quiso dar por terminado el arreglo, Doblecero le reviró. “Qué pena, pero usted de aquí no se puede ir. Usted ya hace parte de las autodefensas. ¿Entendió?”. En seguida llamó a un patrullero: “A esta vieja démele entrenamiento militar, un fusil y un camuflado”.

Así, el reclutamiento forzado no solo ocurrió en la guerrilla y también afectó a mujeres adultas. Es probable que un embarazo de la Mona hubiese terminado en aborto, igual que en la guerrilla. Doblecero tal vez pensaba, como Fidel Castaño, que “los hijos eran la debilidad y la perdición de un guerrero”. Nada que ver con el Taladro Giraldo que buscó y tuvo como 70 descendientes.

En estas escenas de paramilitares o guerrilleros, hay machismo extremo, violencia sexual y otros ataques criminales graves que un libreto comodín uniforme no sirve para describir, ni entender, mucho menos para evitar que se repitan. El guion académico adoptado de estudios internacionales ni siquiera será útil para acciones penales contra los victimarios. Ante la justicia sólo servirán testimonios pormenorizados de abusos específicos, como insisten en exponer ante distintas instancias las mujeres de la Rosa Blanca: lista de agresores, de víctimas y prontuario de los atacantes. Han sido tan valientes, tenaces y persistentes que ya nadie podrá seguir ignorándolas. Ahora, la pazología intelectual y profunda, con ejemplar sindéresis, alega que están manipuladas políticamente. No tarda la acusación de que buscan hacer trizas el Acuerdo coordinadas por Él.

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