Sombrero de mago

Violencia y peces muertos

Reinaldo Spitaletta
12 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Parece que no solo estamos acostumbrados a las penas y otros dolores, sino a la naturalización de la violencia y la corrupción. Y no es que, como se puede decir en términos populares, hayamos creado callo. Puede ser que la abrumadora repetición de asesinatos, desgreños administrativos, desapariciones, “falsos positivos”, desplazamientos, masacres y otras desgracias nos haya insensibilizado para siempre.

Y podemos llegar a impasibilidades increíbles, como el “da lo mismo” que maten a un delincuente o un líder social, que se roben un río o un celular, que saquen de circulación a un adalid de la restitución de tierras robadas por paramilitares y otras lacras, o que intenten privatizar a Ecopetrol. Como en algún cuento de Flannery O’Connor, el mal es lo natural.

Y quizá lo peor: vemos a los verdugos como salvadores y a los victimarios como seres imprescindibles que han hecho un aporte ecológico, que equilibran nuestra naturaleza de perversiones y despropósitos. Es “normal”, según distorsionados paradigmas, que se hayan usado motosierras para destazar humanos como que haya habido no sé cuántos desaparecidos y desplazados en el proceso de construcción de Hidroituango.

Por eso, y por otras numerosas circunstancias, no es extraña, como dicen que dijo un periodista, la muerte de 64.758 peces en el disecado río Cauca. Eso no vale la pena. “Tanto escándalo por la muerte de peces”, se llega a decir. Pero, ¿qué hay detrás de ese “pecicidio”? ¿Sí es un hecho intrascendente? ¿Es intrascendente que un policía le dispare a la mascota de un vagabundo? ¿Carecen de significado, por ejemplo, las masacres de El Aro o la creación de grupos de exterminio, disfrazados de justicieros y de profetas de la salvación?

Y así vamos naturalizando el delito, el saqueo al Estado, las diversas maneras de la corrupción oficial. Y de la privada. Un corrupto, entre los cuales también hay escalafones, puede parecer —a pesar de que sus comportamientos son delincuenciales y nada virtuosos— un tipo preparado, sagaz, inteligente, y se llega a admirar su condición rapaz, su cinismo y descaro. Merece consideraciones, besamanos e impunidad. Se debe premiar su capacidad para la coima. Así estamos.

Puede ser que todo lo que nos gusta, como diría la desopilante Mafalda, es ilegal, inmoral y engordador. Y como títeres de función barrial, nos van moviendo, nos hacen decir lo que el titiritero quiere. “Nos meten la mano por allá”, como decía un curita muy gozón. Y nos tornan muñeco de ventrílocuo, domesticación a la que contribuyen, claro, medios de comunicación o de manipulación. Y así vamos creyendo, sin dársenos nada, que a los líderes sociales los matan por “líos de faldas” y que no hay que preguntarse nada, para qué tanta escandalera por la muerte de miles de peces en el río Cauca.

A diferencia, tal vez, de una directora de periódico de un medio local de Medellín (El Mundo), que todos los días hace en redes sociales una breve reflexión sobre la mortandad en la capital de Antioquia, el homicidio cotidiano se nos volvió paisaje. Y volvemos a aquello, tan común en los tiempos terroríficos de las mafias del narcotráfico y el sicariato (otra vez en boga): “Si lo mataron es porque algo debía”. La justificación del victimario y la condena a la víctima.

O, cuando no es así, se apela, como está pasando ahora, a que hay que extender el uso de armas. Que cada uno ande con revólver en la pretina. Y si hay alguien por ahí, muy alebrestado, diciendo que hay anomalías en la construcción de una hidroeléctrica y que sí hay que hacer escándalo no solo por la muerte de peces, sino por la de los que defienden la devolución de sus tierras, o porque atacan las medidas antipopulares del Gobierno, se les acusa, sin más ni más, de ser de la guerrilla.

Pasó (como ha pasado muchas veces) con un pinchaúvas columnero que, sin fundamento, y como colgándole de una vez la lápida al cuello a una periodista, la acusó de ser activista política de la guerrilla. En los tiempos de la “Seguridad Democrática” (ahora rediviva) era parte de la táctica oficial que se acusara a defensores de derechos humanos, a adalides de las luchas populares, a los que protestaban por los desmanes del Gobierno, a las ONG no afectas al Gobierno, de ser “guerrilleros de civil”, “comunistas disfrazados”... El DAS y los “buenos muchachos” se encargaban del resto.

Y se extiende como peste la naturalización de la violencia y de las corruptelas. Se niega que haya un conflicto armado interno y se expande que es menester resolverlo todo a bala… Así vamos. Acostumbrados a las penas. Nada de escándalos, queridos, que peces nacen todos los días y niños también.

 

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