La imagen en la que un grupo de vecinos del barrio Villaluz se toma de las manos para rodear un CAI e intentar proteger a los policías ante un grupo de manifestantes enardecidos ilustra bien lo que ocurre en un país en el que, a raíz de un episodio desafortunado, despertó de nuevo la polarización.
“El odio es una cosa muy fácil que entre y muy difícil que salga. Vivimos una época de caos espiritual”. La frase no es de ningún experto en problemas sociales, de tantos que vemos por estos días. Es de la maravillosa pianista paisa Teresita Gómez, un corazón inmenso, y consigue explicar el espíritu de revancha que moviliza hoy a muchos colombianos.
La respuesta del Estado, tanto al crimen como a las acciones terroristas, nos involucra a todos y no solo a los gobiernos locales o nacional, que deben actuar en armonía, pero gran parte de ella depende de las autoridades judiciales que deben anticiparse a otro caso de impunidad.
Es tan irracional la acción de los policías involucrados como la de quienes la utilizaron como pretexto, tratando de pescar en río revuelto, para cometer actos barbáricos e incitar a la violencia. La comprensible protesta ciudadana se vio opacada por el vandalismo que se apropió de ella en Bogotá y otras ciudades. Es muy grave criminalizar la protesta, tanto como utilizarla con propósitos políticos logrando un desenlace atroz. Mientras la buena política presenta alternativas y soluciones a los problemas, la mala política sencillamente azuza sin ninguna responsabilidad.
Los excesos de fuerza policiales deben ser, como establece la ley, sancionados con celeridad, tarea que corresponde al Poder Judicial del que esperamos una pronta respuesta en este y todos los casos. También los que ocurren contra la policía, que es responsable de mantener el orden en nombre de todos y no puede permanecer inerme para afrontar situaciones extremas, ni en Colombia ni en ningún país. ¿Alguien cree de verdad que, como consecuencia del exceso de algunos de sus miembros, podría funcionar en esta Colombia una policía desarmada, sueño febril de ladrones y criminales?
La situación de enclaustramiento en que nos hemos encontrado por cuenta de la pandemia ha alterado nuestra conducta en los hogares, lugares de trabajo y la protesta ciudadana no es una excepción. Está claro que la oleada de movilizaciones en 2019 se detuvo en buena parte por la enfermedad. Ante la reactivación, han aflorado de nuevo problemas subyacentes, agravados por unas nuevas circunstancias económicas y sociales que nadie, deliberadamente, ha promovido. Con el final del enclaustramiento obligatorio, la tregua tácita de los actores políticos forzada por la pandemia se terminó.
Pero ello no logra explicar, y menos justificar, los niveles de vandalismo observados que nuevamente se repiten: el “reclamo” por un crimen produjo al menos otros diez y centenares de heridos, entre ellos muchos miembros de la policía. “Destruir a Bogotá no va a arreglar la policía”, dijo asertivamente la alcaldesa López. La violencia, conocemos, logra un efecto multiplicador que puede ser exponencial: sabemos cuándo comienza, pero no cuándo termina.
¿Debe reformarse el cuerpo policial? Por supuesto, pero no es aconsejable hacerlo en medio de la calentura, como suele suceder en el Congreso para lograr titulares y protagonismo. Antes debemos establecer y analizar juiciosamente las razones de los desbordamientos policiales y ciudadanos. Tal estudio a profundidad, elaborado por una comisión plural nombrada por el presidente, debe preceder a cualquier reforma, pero mientras tanto la justicia, la que tenemos y no la que deberíamos tener, debe obrar.
No puede calificarse como “mala” la acción de los policías involucrados —diferentes de “la policía”— para justificar la “buena” de ciudadanos indignados o, más bien, de grupos organizados que aprovecharon la ocasión. Con seguridad no fueron familiares ni vecinos de la víctima quienes arremetieron contra la policía y el mobiliario urbano. Lo espontáneo no es impersonal tanto como anónimo, pero históricamente Bogotá no ha sido una ciudad violenta como para que, en un lapso de horas, grupos coincidieran en una arremetida focalizada y evidentemente planificada.
Episodios como el que vivimos también enseñan: ¿podrá la violencia, de cualquier tipo, solucionar alguno de nuestros problemas, incluidos los excesos policiales?