Vírgenes y resistencia

Jaime Arocha
07 de noviembre de 2017 - 04:00 a. m.

El culto a la virgen de Las Mercedes figuró entre las alternativas heterodoxas que enfocó el seminario “Afrocolombias, conflicto y reconciliación” (octubre 18 y 19, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional). En septiembre de 2012, justo cuando comenzaba el proceso de paz con las Farc, la antropóloga Natalia Quiceno etnografiaba las balsadas que los afrosanjuaneños le hacen a su patrona. Venerada como santa viva que orienta la cotidianidad de las personas, ese año fue vocera del clamor que por lo menos desde el último lustro se había extendido por todo el Afropacífico en contra de los grupos armados, la expansión de la coca y la penetración de las retroexcavadoras para la minería ilegal. En su libro Vivir sabroso, luchas y movimientos afroatrateños en Bojayá, Chocó, Colombia, Quiceno registra cómo los miembros de cada barrio de Istmina le comisionaron a la gente de las aldeas ribereñas de Las Mojarras la hechura de las balsas dentro de las cuales encaramarían a la virgen, luego de haber elaborado refinados altares alusivos a los sentimientos de cada comunidad. Así, la decoración de la balsa de San Francisco aludía a la virgen de Las Mercedes como intercesora de paz. En la de Offel la santa patrona salía de un volcán con armas de fuego para hacerle justicia a las palabras María volcán de amor que apaga la guerra, y en la del barrio Camellón, a la imagen venerada la rodeaban “el caimito, el chontaduro, la piña, el banano y el borojó como protagonistas olvidados de la siembra”. De ahí el título de Protege los frutos de nuestra tierra. Ganó porque expresaba la esperanza de que la virgen incentivara al campesino para que abandonara la coca y volviera a esos cultivos tradicionales.

Transcurridos cinco años, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia halló que, en efecto, la virgen de Las Mercedes había inspirado a los sanjuaneños para protagonizar el milagro de reactivar la agricultura tradicional. La gente se reveló contra el sabor maluco de los plátanos que la guerra y la coca obligaban a llevar desde el eje cafetero y Urabá, y se dio a la tarea de recuperar el plátano y el banano con los cuales había sido criada y le daba sentido a su noción de sí misma. Hoy ya rescató nueve especies de hartón y 15 variedades de la llamada marabaya, dentro de un proceso que tiene sus contrapartes en el Atrato y el Baudó. De ahí que Munguidó y Bojayá hagan parte del circuito comercial que le suministra cerca de 14 tipos de hartón a Quibdó, además de ocho clases de banano. Y pese a la hostilización contra la población civil que sostienen elenos y gaitanistas, indígenas emberá y afrobaudoseños han logrado reactivar las siembras de plátano y los intercambios entre ese valle y los puertos de Meluk y Pizarro, cuyos pescadores comienzan a mandar pescado de mar hacia Pié de Pató y hasta más arriba del alto Baudó.

Sin duda el proceso de paz ha sido fundamental dentro de esta reactivación silenciosa. De ahí la infinita mezquindad de un Congreso empeñado en bloquear la agenda de paz. Los pueblos del Afropacífico persistirán en ejercer la resistencia que aprendieron de sus ancestros africanos. Ellos no se resignaron a perder la libertad y buscaron fuerzas en sus santos vivos.

 

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