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Virulencia

Andrés Hoyos
22 de octubre de 2008 - 02:03 a. m.

A RAÍZ DE MI ÚLTIMA COLUMNA donde yo decía que la izquierda del 21 debe dejar de lanzar papas bomba y volver a pensar, recibí un par de mails alevosillos, de modo que paso a insistir: sal y limón son la mejor medicina para los insultos.

Partamos de un ejemplo cotidiano: no es lo mismo que un estudiante finlandés se salga de los calzones y asesine a ocho compañeros, a que pase algo análogo en Putumayo. Y no lo es porque en el primer caso estamos ante el abstemio que un día se emborracha y arma un lío, mientras que en el segundo estamos ante el alcohólico que vuelve a beber. Lo que en Finlandia es una dolorosa excepción aquí será una reincidencia que podría desatar un nuevo círculo vicioso, nunca mejor llamado.

Un importante sector de la izquierda en Colombia hace mucho se tomó a pecho eso de que la violencia es la partera de la historia y dio en practicar abortos no solicitados a diestra y siniestra. La importancia de este hecho no puede ser soslayada ni olvidada. Todavía este año, en un intercambio con León Valencia, le preguntaba yo si era cierto que a Camilo Torres y a los demás guerrilleros originales del Eln los habían obligado a ser violentos. Él me contestó que sí. Es posible que el gran León, sorprendido por la pregunta, haya dicho lo primero que se le vino a la cabeza, pero no le hace, porque su respuesta es la respuesta por defecto de muchos en la izquierda nacional: la violencia era inevitable, la violencia nos fue impuesta. Son incapaces de decir: optamos por ella y estábamos equivocados desde entonces.

Ve uno las imágenes de la reciente minga indígena en la carretera Panamericana y nota la virulencia del alcohólico que ha vuelto a beber. Luego pasa a los encapuchados que se están activando en las universidades, a veces por orden expresa de Alfonso Cano, y se halla ante alcohólicos que nunca soltaron la diva botella. Más adelante consulta con los avergonzados familiares de ambos y nos dicen: no hay qué hacerle, nuestros borrachitos son así.

Me late que esta equivocada percepción sobre el origen de la violencia, respondida tiro por tiro por una derecha tanto o más virulenta, es el obstáculo más importante que le impide a la izquierda volver a pensar. Si se dice que la violencia fue impuesta, lo que se está diciendo es que los tiempos mentales y políticos han cambiado muy poco.

En otras partes, la izquierda es drástica en afirmar que el monopolio de la fuerza lo debe tener el Estado y no se le ocurre sugerir negociarlo con nadie, pero en cambio cobra impuestos altos, que los ricos pagan so pena de ir a templar a la cárcel. En notorio contraste, a la poco pensante izquierda de Colombia le avergüenzan los impuestos, progresivos o no. Por ejemplo, el senador Robledo propone que se reduzca el impuesto a la gasolina, uno de los más progresivos que existen. Este punto de vista en Estados Unidos lo colocaría muy a la derecha en el Partido Republicano; en Europa simplemente lo sacaría del espectro.

Para ambientar sus políticas, Álvaro Uribe se valió de una fuerte polarización que ha encolerizado por parejo a los alcohólicos y a los familiares resignados. Él mismo no sabe cómo desmontarse del bronco caballo. Ése es, digamos, su problema. El problema de la izquierda es otro: dada su propia historia, y diga lo que diga el Presidente, hay que proscribir el alcohol en la familia. No más violencia aquí, bajo ninguna circunstancia, tendría que ser la consigna. No la veo pelechar.

andreshoyos@elmalpensante.com

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