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Virus sin fronteras, apátridas

Manuel Guedán
06 de mayo de 2009 - 02:21 a. m.

Ni el virus H1N1 nació dentro de sus fronteras, ni el epicentro del narcotráfico está en su territorio.

Y, sin embargo México, un país con más de 100 millones de habitantes y con bolsas de pobreza importantes, está siendo “castigado” por un problema que es de todos y por otro que no es sólo suyo.

El 16 de abril, en el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, se descubrió la existencia de un virus, desconocido hasta la fecha. Lo había mandado México para ser analizado, reconociendo la limitación de sus centros de investigación. Fue, por tanto, México, el que alertó a la comunidad internacional y fue también México el que adoptó las medidas más radicales y visibles –el cierre de centros educativos y espacios públicos, la obligatoriedad del llamativo “tapabocas” y la recomendación a sus ciudadanos de permanecer en las casas-. Su capital, el DF, de 25 millones de habitantes, quedó prácticamente paralizada y esto dio pié a la difusión de unas imágenes de desolación muy potentes, que han dado la vuelta al mundo.

En el debate político nacional –se está en proceso electoral- se está discutiendo si las medidas adoptadas han sido excesivas, a la luz de la felizmente escasa mortandad. Pero la autoridad mundial en la materia, la OMS, está convencida, y así lo ha afirmado su directora la doctora Margaret Cham, que México “ha demostrado apertura y transparencia al avisar a este organismo y a otros gobiernos sobre el brote de esta nueva cepa de gripe”. Y es que el Estado ha funcionado y su ciudadanía ha seguido ordenadamente las recomendaciones de las autoridades, convencida de su eficacia.

Y ha habido también, en medio de la lógica alarma, imaginación. Los medios de comunicación han recordado que se pueden desempolvar viejos juegos para que el “encierro” en casa, sobre todo con niños, sea divertido: la gallinita ciega, contar cuentos, los juegos de mesa, el escondite, el juego de las sillas, el karaoke casero, las adivinanzas y los trabalenguas, etc. Y otros más acordes con los tiempos: el Instituto Mexicano de Cinematografía ha subido a su página web cientos de cortometrajes gratuitos, el Auditorio Nacional puso a disposición de la red películas y conciertos y CONACULTA –el Ministerio de Cultura- publicó una amplia lista de páginas web dedicadas a la cultura.

Por eso la reacción “nada imaginativa” de algunos países, ha provocado en México indignación. Cerrar fronteras, prohibir vuelos, cancelar las compras de carne de cerdo, poner en cuarentena a ciudadanos mexicanos o abuchear a ciertos equipos de fútbol no son sólo comportamientos mezquinos sino que, además –y esto es lo más grave-, son ignorantes y contrarios a los protocolos internacionales.

Los virus y las enfermedades son apátridas por naturaleza, no respetan las fronteras y, cuando se les ha dado nacionalidad, ha sido siempre por causas ajenas a la ciencia. Recordemos que la llamada gripe española de 1918, no fue española; que la fiebre de Malta o del Nilo no tuvo nada que ver con su nombre, que la fiebre amarilla no castigó sólo a los asiáticos, que la encefalitis japonesa no fue de origen nipón y que la sífilis fue italiana para los franceses y francesa para los italianos.

En el siglo XXI el mundo es mestizo, las interrelaciones entre países y seres humanos es permanente y –y aunque a algunos todavía les pese- la única raza es la humana. La atribución, por tanto, de enfermedades a grupos étnicos o a países sólo se explica porque sigue existiendo discriminación racial, una discriminación que es siempre torpe y egoísta.

Todos –políticos, periodistas y académicos- repetimos hasta la saciedad que vivimos en red, en un mundo global, y que, por tanto, las soluciones tienen que ser acordes con esta realidad. La crisis económica, en la que nos encontramos, ha hecho patente lo inútil de las medidas “nacionalistas”  y la imposibilidad del blindaje de los mercados de cada país. Y si aplicamos esta teoría para combatir el virus H1N1, la respuesta sólo puede venir de la cooperación internacional, que es la única “medicina” de eficacia probada.

Profesor de la Universidad de Alcalá y del Instituto Universitario Ortega y Gasset

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