Visita a la Casa de Nariño

Lorenzo Madrigal
13 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

35 años después visité la Casa de Nariño. Aunque lo pensé dos veces, se trataba de un homenaje a Gómez y me hizo fuerza para asistir mi colega Álfin (así, con el acento prosódico en la primera sílaba, como fue mencionado en el discurso presidencial), el caricaturista y escritor, Álvaro Montoya Gómez.

Con Álfin (en realidad, Alfín, como lo bautizamos sus amigos, cuando al fín se decidió a ser caricaturista) nos vimos a la salida del acto, pues yo me escabullí al terminar los discursos, para recorrer la galería de los presidentes, guiado amablemente por el consejero, don Jaime Amín.

¿Qué les puedo decir? Unos cuantos presidentes están allí pintados, de siglos XX y XXI. No vi a Rafael Reyes, pero hay un retrato suyo en el vestíbulo principal; tampoco encontré al general Gabriel París, ni a ningún otro de la Junta Militar. Tal vez estén espantando en otra sala. El Palacio es recovecudo, con muchas alfombras rojas en las escaleras y con muchas escaleras. Me fatigué.

La vez anterior me pareció que todo era más amplio (¿han adicionado cubículos?). Hace 35 años, Belisario nos reunió a periodistas de todos los medios (recuerdo a José Salgar, a Enrique Santos, a Juan Manuel, quien lucía barba, fue el día en que lo conocí y cuando ofreció tabaco en pitillera de oro); el presidente de Amagá nos había hecho brindar con un espirituoso coñac y por casualidad se sentó en el brazo de mi poltrona; le dije que en esa forma creía sostener el peso de la República.

En esta ocasión no hubo coñac, sino un severo vino, del cual, como digo, me escabullí hacia a sala de los cuadros: muy bien Salas y otros pintores realistas, cuyo nombre no retengo; meritorios, pero algo fuera de lugar, los dos retratos de Antonio Roda; regulares los de Samper y Andrés Pastrana y del todo irreconocible el de José Vicente Concha, tan dibujables como fueron sus rotundas melena y figura. Fresco el paisaje (como de montañas de Colombia) en que Juan Cárdenas instaló a Santos. Muy Cárdenas. A mí me gustó.

El acto en honor de Gómez magnífico, estupendos discursos del presidente y de Mauricio Gómez. Nos transmitieron imágenes vivas, universitarias y familiares de un hombre firme a la derecha, al mismo tiempo que ecuánime, humanista y humano y, para sus cercanos, muy querido. No fui alvarista, pero me prologó generosamente un libro y reconoció mi devoción casi suicida por la memoria de su padre, en esta época en que lo convirtieron en un mito para desahogos sectarios.

***

Ver las cosas de cerca alimenta la imaginación posterior. Esta fue la casa que Álvaro Gómez no ocupó, porque la sectorización intolerante no es de ahora: toda la vida han existido los de Sí y los del No y a veces no se permite que los unos reemplacen a los otros.

 

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