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Viva Colombia, no viaje por ella

María Elvira Bonilla
23 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

Viajar por las carreteras de Colombia se ha convertido en una tortura. La congestión de la red vial, por cuenta de los cientos de tractomulas y camiones que circulan especialmente por las troncales, es similar a la de las calles de Bogotá y muchas de las ciudades intermedias del país.

La frustración es enorme, porque la posibilidad de disfrutar los hermosos paisajes, de conocer el país, se vuelve una jartera. Y esta es la ironía: un país con el acelerador hundido para abrir cada vez más al mundo, firmando desaforadamente tratados de libre comercio, sin infraestructura para mover la carga. Claramente las troncales del comercio exterior, que son finalmente los ejes de comunicación del país, no están preparadas para responder al estímulo exportador e importador revitalizado mediante los TLC y en especial el firmado con Estados Unidos. Una urgencia que se viene cacareando desde hace más de veinte años cuando se disparó la presión sobre la red vial con la apertura económica del gobierno de César Gaviria y que nunca ha encarado con seriedad.

Desde entonces, en el gobierno Gaviria en 1990, creador incluso de la cartera de comercio exterior, para Gaviria en 1990, han pasado por el Ministerio de Transporte políticos, economistas y hasta periodistas como Juan Gómez Martínez y sólo uno que otro ingeniero. Con excepción de Andrés Uriel Gallego, quien ocupó la cartera durante los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe —aunque sin mayores realizaciones—, el promedio de vida burocrática de los demás ministros no ha superado los dos años. Nombramientos erráticos que demuestran una marcada inestabilidad sometida al vaivén de los ajustes políticos y a la falta de resultados. Para no ir muy lejos, Santos, en plena puesta en marcha del TLC, lleva ya tres ministros de transporte sin haber cumplido los tres años de gobierno.

Las vías que atraviesan las montañas de Colombia para llegar a los puertos de la Costa Atlántica o en el occidente al puerto de Buenaventura tienen unos trazados estrechos, así como los puentes sobre el Magdalena o el Cauca, construidos todos hace más de sesenta años, cuando la realidad del país y de sus necesidades eran otras. ¿Dónde están los rodos de dinero que supuestamente se han invertido en la red vial nacional? Las famosas dobles calzadas inconclusas, desordenadas y sin planificación, en manos de trabajadores encargados de administrar el tráfico con semáforos improvisados. Las concesiones funcionan a media marcha, con peajes lentos, diseñados también para menos carros. Todo es trancón, horas interminables de espera, una verdadera calamidad.

A esta precariedad vial se le suma la ausencia de regulación del parque automotor pesado, también en manos del Ministerio de Transporte. Los conductores de camiones y tractomulas no sólo son los dueños de las troncales como los buseteros de las calles de las ciudades. Mala la hora en la que los gobernantes, empezando con el presidente Virgilio Barco, desde hace ya 25 años, decidieron darle sepultura a los ferrocarriles de Colombia, en vez de modernizarlos y destinarlos a soportar en sus vagones la carga que hoy rueda por las carreteras y que nos lleva a tener que decir: ¡viva Colombia!, pero no viaje por ella.

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