Viva la libertad

Lorenzo Madrigal
03 de junio de 2019 - 05:00 a. m.

Atriubuto humano tan preciado como la vida es la libertad. La vida social priva de la libertad como castigo o como prevención, pero igualmente la maldad del hombre (contra el hombre, homo homini lupus) escoge entre derramar la sangre del enemigo o reducirlo a inmovilidad, encierro y cautiverio ominoso.

Un Estado generoso, no comunista, les está brindando aires de libertad a guerrilleros que se han desmovilizado, todo lo que ellos mismos no hicieron en su violenta y criminal acción contra el Estado. Por años, largos años, sometieron a ciudadanos y militares enfrentados a la humillación de estar cautivos, no importándoles si muchos de ellos perdían la vida en esa situación. Su característica como carceleros era la impiedad.

Es muy difícil que esta sociedad, más que maltratada, acepte la generosidad de un proceso de pacificación que conlleva la libertad de quienes se la arrebataron a muchos. De hecho, la sociedad en plebiscito manifestó su rechazo. Como el proceso iba adelante y el mandatario se jugaba el prestigio de su Gobierno y las aspiraciones propias a un premio internacional, se desconoció el resentimiento popular. El respetado analista de temas americanos, don César Vidal, en diálogo de Cable Noticias, sostuvo que ahí radica el origen de la polarización en que se halla la Nación colombiana.

En el caso Santrich hemos visto cómo se apresa, se suelta o se deja en libertad, y se vuelve a apresar hasta que la Corte encuentra que se trata de un aforado por ser un congresista elegido y lo entrega al juicio, tal vez, del Congreso y entre tanto libre.

Hay indignación. La gente quiere cárcel, la gente está como en una plaza de toros o en el Circo Romano, que sufran los otros, que paguen, que se pudran. El presidente, maniatado en su inmenso poder, sólo puede gritar: ¡es un mafioso!

Yo me apego a un sentimiento de libertad. No entiendo al ser humano en cautiverio, pero ni siquiera a ser vivo alguno. En mi senilidad, al fin sensata, desatrapo insectos del tejido de las arañas, enderezo los cucarrones, y pienso que mis perros, aunque corran por un patio alfombrado de hierba, tienen la casa por cárcel. El gato, que es casi aéreo, va y vuelve de la vecindad, con algún riesgo; lo veo llegar a casa, le abro y da tres vueltas alrededor de mis tobillos, llega a la hora de comida, pero es libre. Y yo también.

***

Escuché de un pacífico excomandante guerrillero que en materia de delitos sexuales, acaso cometidos por su guerrillerada, ninguno de los que él hubiera tenido noticia, quedó vivo. ¡Qué bárbaro!

Vi a Santrich con Yamid, delgado, limitado por su condición y por un cierto ahogo de voz. No se salió de casillas y, sin méritos para medir su inteligencia, digo sin reato que sorprenden su talento y su empecinamiento.

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