Vivir con miedo

Isabel Segovia
27 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

El paro superó todas las expectativas, ha sido multitudinario y los manifestantes no se han dejado amedrentar. Otra señal inequívoca de que las cosas están cambiando y de que gobernar como siempre ya no sirve. Lo infortunado es que el presidente más joven de la historia de Colombia ha demostrado ser el más anticuado en sus formas y eso lo tiene completamente desconectado de la realidad y del momento del país.

Desde que se anunció la fecha del paro, el Gobierno instauró un plan para generar miedo, con la consecuencia de que cada vez más personas se unieran a la protesta. Algunos se asustaron y los colegios cerraron, trasmitiéndoles a los niños que las manifestaciones son peligrosas y “convenientes” porque cancelan las actividades escolares. Nos recuerda las peores épocas de la guerra con Pablo Escobar, cuando uno de niño se “alegraba” porque algún atentado generaba mucho temor y se cancelaban las clases en el colegio. Sin embargo, ni en esa etapa de la peor guerra urbana que ha vivido el país en los últimos 50 años ni cuando la guerrilla atemorizaba a Bogotá y se decía que estaban a punto de tomársela hubo un toque de queda.

Hubo destrozos el jueves al finalizar la tarde, pero fue evidente que en esa jornada, que empezó desde muy temprano, los vándalos fueron pocos. Pero lo que pasó el viernes es injustificable. Los trabajadores, que siempre son los más perjudicados, amanecieron sin transporte. Los mismos gobernantes que afirman que bloquear las calles no es manifestarse pacíficamente porque vulnera los derechos de quienes trabajan decidieron no proveer el servicio de transporte, escogieron proteger los buses y no a la gente. En la tarde, cientos de miles de personas caminaron horas para llegar a sus casas y mientras eso sucedía, en vez de socorrerlos, se instauró la ley seca y un toque de queda que los vulneró más. Después empezaron los rumores, se propagó el miedo y se vivió una noche de pánico en la que la gente se armó de lo que tenía para defenderse de un enemigo invisible. Como bien dijo Voltaire: “Aquellos que pueden hacerte creer absurdos pueden hacerte cometer atrocidades”. Lo curioso es que el sábado, sin ley seca ni toque de queda, no hubo daños.

Cuando el miedo lo produce un tercero, un enemigo común para el Estado y sus ciudadanos, como lo han sido la guerrilla y el narcotráfico, el Gobierno y sus organismos de seguridad se sienten fuertes. En su ausencia, se debilitan y lo promueven para vendernos seguridad. La mínima alteración de la normalidad equivale a violencia. No existe protesta, por pacífica que sea, que no incomode, porque si no molesta no es protesta. El sábado alguien ordenó al Esmad disolver las manifestaciones, con la fatal consecuencia de herir gravemente a un joven de 18 años. El resultado: cada vez son más los que salen a protestar, sin miedo, en paz y sin rendirse.

Hace décadas esto acá no pasaba. El enemigo en común que parecemos tener hoy es un Estado lleno de falencias, que no sabe gobernar y que recurre al miedo para buscar que nuevamente lo necesitemos como protector. Pero este es otro país, las nuevas generaciones no se dejan amedrentar. La estrategia no va a funcionar. Entre más traten de reprimirlas sin responder a sus reclamos, más demandarán y yo estaré acompañándolas, pues ¡me niego a vivir con miedo!

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