Voces infantiles, debates y cobardías

Mario Méndez
14 de abril de 2018 - 08:30 a. m.

Siempre habrá formas de establecer contrastes entre los hechos que se presentan en la sociedad. Mientras unos regocijan, relajan, dulcifican la vida y nos emocionan con su belleza, otros nos llevan a la pesadumbre cuando lesionan el buen gusto, la sensibilidad y la inteligencia.

Para descansar de los asuntos personales que comprometen nuestro tiempo, y también de los cotidianos compromisos relativos a la supervivencia, a veces buscamos un programa de televisión que nos divierta, aunque jamás que nos distraiga, porque la distracción nos aleja de aquello que no debemos perder de vista: lo político, las preocupaciones acerca de lo que interesa a la nación.

Tomamos el TV-control para disfrutar un programa de concurso para niños que cantan… y encantan (perdón por el lugar común). Allí nos sumergimos por una hora, conmovidos por la capacidad vocal de jovencitos, de jovencitas, que llegan de todo el país y nos asombran con su tesón, en busca de un lugar en la vida social o académica, con frecuencia provenientes de sectores deprimidos, sacudidos por la desigualdad y cuyos padres hacen malabares para permanecer sobre esta tierra, la Tierra.

Luego de la magia de esas voces, más pulidas después de las primeras rondas y que ya apuntan a un profesionalismo temprano, volvemos al trajín cotidiano; a las explosiones de mal gusto, al fastidio de la desinformación y la mentira; al desfile de los beneficiarios de la corrupción inspirada o tolerada. Si no vimos el debate electoral “en directo”, buscamos el vínculo que nos permita conocer los planteamientos de los aspirantes y nos topamos con quienes avivan la idea del terminator que arrasará con todo.

No falta aquel candidato que, además, las emprende a coscorrones contra el idioma, sin piedad gramatical, y no oculta su talante clasudo y antipático, mientras el “advenedizo”, el coco, es presentado como la personificación de Satanás, como quien confiscará (cuando ha hablado de comprar). Estos palabreros, sobre todo los que traducen el pensamiento de los titiriteros del país, aprovechan el campo abonado de la ausencia de crítica que campea en los grandes núcleos de la sociedad, donde todo se recibe sin paladear ni parpadear, sin analizar, sin digerir, cayendo siempre en la habilidad verbal de quienes por tanto tiempo han capitalizado una forma precaria de comprensión de las cosas. ¡Claro! No todos somos analistas calificados.

En general, los debates se van por las ramas, tocando al despistado que se encajona en algún problemita particular, la pavimentación de su calle, la ruta de los buses, la jornada única en la escuela, la factura electrónica, el fin del machismo y la corrupción sin erradicar los factores que generan estas manchas sociales. ¡Nada que toque algo más que la piel de los problemas! ¡Nada que se modifique para bienestar de todos! ¡Nada que remueva el moho de las estructuras eoconómico-sociales!

Tris más. Amenazar con matar a Matador es una cacofonía macabra y cobarde.

* Sociólogo, Universidad Nacional.

 

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