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Volando alto

Christopher Hitchens
03 de enero de 2010 - 04:00 a. m.

TAN PRONTO ES DETENIDO EL SOSpechoso fanático y homicida cuando resulta que él (no tardará mucho en que también sea ella) ha sido conocido por las autoridades desde hace tiempo.

Pero de alguna forma la lista de alerta, el dato revelador, los múltiples informes angustiados de colegas y amigos, la colocación del nombre en una “central de información” no impiden que el sospechoso aborde un avión, cambie de vuelos o lleve consigo a una aeronave lo que quiera. Esto es ya una tradición que se extiende hasta abarcar a varios de los asesinos que abordaron aviones civiles el 11 de septiembre de 2001, quienes llamaron la atención hacia sus actividades por a) estar ya en listas de alerta, y b) comportamiento extraño en escuelas de aviación en territorio estadounidense. Ni siquiera se molestaron en cambiar sus nombres.

De forma que ésa es más o menos la rutina de los culpables. No estoy presuponiendo inocencia en el caso de Umar Farouk Abdulmutallab, pero eche un vistazo a la página impresa y verá un imperativo diferente para los inocentes. “Se añaden rápidamente nuevas restricciones para pasajeros”, dice el inevitable titular justo abajo del informe de The New York Times acerca de la notoriedad de Abdulmutallab, cuyo propio padre había estado suficientemente alarmado para reportar a su hijo a la Embajada de EE.UU. en Abuja, Nigeria, hace algún tiempo. (Y a propósito, hago una predicción segura: nadie en esa embajada o en ningún otro sitio de nuestro sistema de seguridad nacional perderá su empleo como consecuencia de esta tragedia reciente).

En mi infancia, en los autobuses ingleses había señales que advertían en letra clara: “No Escupir”. A esa tierna edad, yo era consciente de que no era necesario decir eso a la mayoría de la gente, y también que aquellos que sentían la necesidad de escupir en un transporte público requerirían algo más desalentador que un simple letrero. Pero estaría perdiendo el tiempo si dijera esto a nuestros majestuosos e insomnes protectores, quienes ahora proponen impedir que los pasajeros de aerolíneas abandonen sus asientos durante la última hora de vuelos internacionales con destino a Estados Unidos. Después de todo, Abdulmutallab hizo su intento en la última hora de su vuelo. Sí, eso sería hacer lo acertado. También es increíble, casi diabólicamente astuto que nuestros guardianes adviertan cuál será el límite exacto de tiempo. Oh, y además, cualquier pasajero suficientemente valiente o decidido a ponerse de pie y desobedecer habrá violado esa valiente nueva ley.

Durante algunos años después del 11 de septiembre se prohibía a los pasajeros levantarse y usar el baño en el vuelo Washington-Nueva York. ¡Tolerancia cero! Supongo que, a la larga, a alguien se le ocurrió que esta prohibición no detendría a alguien dispuesto a morir, así que la regla fue eliminada. Pero ahora el principio ha sido impuesto para vuelos internacionales. Durante muchos años después de la explosión del avión TWA sobre Long Island (un desastre que más tarde se descubrió que nada tuvo que ver con el nihilismo religioso internacional), no se podía abordar un avión sin que le preguntaran si usted mismo había hecho sus maletas y las había tenido bajo su control todo el tiempo. Estas dos preguntas son exactamente las que un aeropirata o terrorista potencial habría contestado honesta y lógicamente con un “sí”. ¡Pero contestar “sí” a ambas era una condición para ser autorizado a subir al avión! A la larga, esa pregunta heroicamente estúpida fue también descartada. Ahora, sin embargo, hay nuevas idioteces. Nada en su regazo durante el acercamiento final a tierra. ¿Se siente más seguro? Si usted fuera un asesino suicida, ¿se sentiría frustrado o disuadido?

¿Por qué fracasamos en detectar o derrotar a los culpables, y por qué somos tan hábiles para el castigo colectivo de los inocentes? La respuesta a la primera pregunta es: porque no podemos —o no queremos—. La respuesta a la segunda pregunta es: porque podemos. El defecto aquí no está sólo en nuestros interminablemente incompetentes servicios de seguridad, que dan el beneficio de la duda a gente que debería haber sido aprehendida hace mucho tiempo o cuando menos deberían haber perdido sus visas o derechos de viaje. También está en una opinión pública que, como corderos, balan pidiendo “sentirse seguros”. La demanda de satisfacer esta triste ilusión puede lograrse si se paga a suficiente gente para estar parados y ver suspicazmente la pasta de dientes de los ciudadanos. Mi impresión, como viajero frecuente, es que los estadounidenses inteligentes han dejado de protestar ante esta sandez porque temen atraer la atención y terminar con sus nombres en una lista de quienes no pueden volar. Perfecto.

Hace unos días se informó que después del fiasco de Detroit no ha habido una decisión oficial acerca de si elevar el “nivel de amenaza” del grado naranja existente. ¡Naranja! ¿Podría ser acaso porque sería ridículo y señal de pánico cambiarlo a rojo, y realmente, realmente absurdo bajarlo a amarillo? Pero ¿acaso no es absurdo (y revelador) después de que un extremista conocido ha pasado tranquilamente por todas las frágiles barreras, dejarlo donde estaba el día anterior?

Lo que nadie con autoridad piensa que nosotros, los adultos, podemos saber es esto: más vale que nos acostumbremos a ser los civiles que están bajo un asalto implacable y planeado de los partidarios jurados de una teología teocrática. Esta gente se matará a sí misma para atacar hoteles, bodas, autobuses, trenes subterráneos, salas cinematográficas y trenes. Nuestra aviación civil es sólo el símbolo más psicológicamente aterrador entre una legión de blancos potenciales. Los asesinos futuros generalmente no serán provenientes de campos de refugiados o barrios bajos (aunque están siendo indoctrinados cada día en nuestras prisiones); tendrán, frecuentemente, antecedentes universitarios, y también frecuentemente no serán extranjeros. Ya están en nuestros suburbios e incluso en el sector militar. Debemos esperar bajas. La batalla continuará durante el resto de nuestras vidas. Aquellos que planean nuestra destrucción saben lo que desean, y están dispuestos a morir y matar por ello. Los que no entienden esto se lamentan de una “guerra interminable”, mencionando accidentalmente la verdad acerca de lo que el atentado fallido de Navidad sobre Detroit fue sólo un heraldo. Mientras nosotros nos enmarañamos en burocracia y eufemismos, ellos están volando alto.

* Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, su ironía y su agudeza intelectual. Traducción de Héctor Shelley.

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