Voto de opinión, no más de resignación

Cecilia Orozco Tascón
06 de diciembre de 2017 - 04:30 a. m.

El mejor regalo de año nuevo para la ultraderecha y, también, para una derecha que se muestra semiblanda por motivos pragmáticos pero que es gemela ideológica de su colega extremista, sería el de entregarles la noticia sobre el fracaso de la conformación de una coalición anticlientelista entre Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo. Es claro que los denominados “jefes naturales” de las bancadas mayoritarias del Congreso están intranquilos con la posibilidad de que erija un aspirante único a la Presidencia, de esta tripleta exenta de prácticas corruptas, precisamente porque no tiene mancha. Uno por uno, los miembros de la posible coalición, tienen  calificaciones que superan  las de los representantes del poder establecido:

Si hay alguien que le produzca dolor de cabeza al dios Uribe Vélez en su tierra, ese es Fajardo; si hay alguien que preocupe a Germán Vargas Lleras porque reduciría sus resultados en las urnas departamentales, ese es Fajardo. El profesor universitario nunca se ha movido del centro político pese a que esta decisión le ha costado ampliar su aceptación en sectores liberales de pensamiento. A Uribe y sus aliados, a Vargas Lleras y los suyos, y también a los candidatos de las otras colectividades tradicionales, les estorba Fajardo no por su espectro político sino porque les lleva una ventaja: es una figura diferente, sin polillas, y no arrastra las prácticas inmorales con que han ganado ellos, elección tras elección, cierto, pero a costa de su desprestigio. Cuenta una fuente autorizada (protagonista pública en Antioquia), que el nerviosismo con Fajardo ha llegado al punto de respaldar, por debajo de la mesa, al cuestionado contralor del departamento, Sergio Zuluaga —pese a su mala fama—, para que este socave al líder de Compromiso Ciudadano, abriéndole investigaciones a como dé lugar. Poco después de que me enterara de esa intención mezquina aunque predecible, Zuluaga embargó dos bienes de Fajardo con gran bombo publicitario… Veremos qué queda de ese proceso viciado.

Jorge Enrique Robledo, desestimado por el establecimiento económico y social aunque ha sido calificado como el mejor senador colombiano durante varios años, y a que obtuvo 192.000 votos, el mayor número en las elecciones del 2014 con el que superó las maquinarias de los viejos caciques que se sostienen a punta de tamal, tejas y dinero en rama para los sufragantes de sus regiones, ha derribado la mala fama de sectario e intransigente con que lo matonearon sus enemigos de derecha e izquierda: hoy por hoy, parece ser el fiel de la balanza entre Fajardo y López. A Robledo se le estigmatiza cada vez que hace un debate demoledor, como todos los suyos, con los delitos de Samuel Moreno porque este fue de su partido. Qué curioso: sus detractores no aplican la misma regla sobre la presunta responsabilidad partidista cuando caen presos los kikos, las oneidas, los ñoños, los besailes, las zuccardis. No obstante la persistencia enemiga, nadie ha podido poner una sola sombra de duda seria sobre la conducta de Robledo.

A Claudia López sí que la ha discriminado el poder del conservadurismo nacional: por mujer, por ejercer sus preferencias sexuales, por “gritona”, por denunciar en público lo que la sociedad sabe que es cierto pero que —irónicamente— le exigen “probar” en los tribunales. De la academia y los tanques de análisis, saltó a la escena electoral y vaya sorpresa, pasó por encima de las estructuras de los barones y acumuló 81.000 votos situándose entre los cuatro congresistas predilectos de los sufragantes. Los otros tres no eran recién aparecidos como ella: Uribe, Serpa y el propio Robledo. Un trino imprudente, si se quiere, pero también intrascendente, no puede echar al traste la coalición Fajardo-Robledo-López frente a la posibilidad de que el país supere la deprimente época premoderna en que está y pase a la etapa de la civilización democrática. No se puede disolver, de nuevo, la esperanza de que el voto de opinión venza, por primera vez, al voto del sometimiento y la resignación con nuestra mala suerte.

 

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