Sombrero de mago

Vueltas y revueltas electorales

Reinaldo Spitaletta
29 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.

Al entrar al puesto de votación, en el barrio Los Ángeles, de Medellín, el señor de edad dijo a voz en cuello: “Votaré por el cardenal Duque”. Los policías en la entrada ni lo observaron. Adentro, frente a la mesa, siguió desbarrando: “¡Votaré por monseñor Duque-Uribe!”. Hubo que decirle que el sufragio era universal y secreto. Y que aquí, a diferencia de los tiempos de la Violencia, no se cantaba el voto. Se calló.

En Argentina, por ejemplo, en buena parte del siglo XIX y comienzos del XX, no había voto secreto. Se cantaba en las urnas. Era un modo de control y vigilancia de los terratenientes y diversos gamonales para mantener como bueyes a la peonada y otros trabajadores. Con la llegada a la Presidencia de Hipólito Yrigoyen, se estableció el “voto universal y secreto” en ese país.

Las elecciones presidenciales del pasado domingo 27 de mayo en Colombia, aunque ratificaron las tendencias mostradas en las encuestas, no le daban mucha presencia comicial a Sergio Fajardo. Si la campaña hubiera durado una semana más (como se dice en ciertos partidos de fútbol), Fajardo hubiera pasado a segunda vuelta. La remontada del candidato de la Coalición Colombia tuvo una notoria votación y una sorpresa: ganó en Bogotá.

Las elecciones confirmaron con su resultado que todavía el dominio de los que defienden y pregonan el neoliberalismo y en buena parte son una expresión no solo de la “godarria” tradicional sino del fascismo, siguen cabalgando en Colombia. Hay una clase dominante, aupada por los medios de comunicación, que son de su propiedad la mayoría, que prosigue controlando los comportamientos electorales de mucha gente.

El resultado electoral muestra dos tendencias, si se quiere opuestas del todo. La de la ultraderecha, guerrerista y postrada a los intereses de transnacionales, el Fondo Monetario y, en esencia, a los dictados de Washington, y una parte de la izquierda democrática, con cuestionamientos a un sistema que ha mantenido, por décadas, los privilegios de una minoría.

Lo que aún no queda claro, aunque sí sea explicable desde variadas perspectivas, es por qué un candidato que representa una posición ultraderechista, que tiene a su haber cerca de 10.000 casos de “falsos positivos”, desplazamientos forzosos de millones de personas, privatizaciones de empresas públicas boyantes y otros desafueros, siga contando con simpatías entre buena parte de la población. Esa misma que puede representar un señor que grita que votará por un “cardenal” o “monseñor”, como si estuviéramos en los días nefastos de la alianza Estado-Iglesia, llamada el Concordato.

Por todo eso, resulta comprensible, mas no justificable, que una propuesta democrática como la de la Coalición Colombia, con base en la promoción de la educación como instrumento de cambio profundo de la sociedad, no pegue en muchos sectores. Porque, aunque suene a cliché y cántico trasnochado, un pueblo educado no permite que se le explote ni se arrodilla ante los verdugos. Cuando la educación y la cultura son parte clave de la vida cotidiana, cuando hay una democratización de la sociedad del conocimiento, cuando hay acceso a diversos saberes, entonces los pueblos están listos y apertrechados para las grandes conquistas.

Es una desdicha para los destinos de progreso y búsqueda de reivindicaciones de la mayoría de gente que continúen predominando las posiciones que en sus arreos caballares portan asuntos delictivos como Agro Ingreso Seguro, como las “chuzadas”, como las reformas contra los trabajadores, como la entrega del país a los intereses foráneos y un largo catálogo de miserias y atropellos. No deja de ser inaudito que tal tipo de políticas y presencias dañinas al interés de los humillados y ofendidos tengan arraigo popular.

A Gustavo Petro y su Colombia Humana les tocará buscar nuevos aliados, perfeccionar modos de contrarrestar la “propaganda negra” que se les dejará venir, y hallar mecanismos para contrarrestar el añejo clientelismo y las viejas prácticas corruptas electorales en Colombia. Les puede servir como aliciente que en las últimas “segundas vueltas” en varios países latinoamericanos, incluido Colombia, han ganado los que, en la primera, quedaron de segundos.

Colombia padece, desde hace años, pero cada vez en mayores proporciones, viejos males. Uno, muy grave, la imposibilidad de acceso a la educación y al conocimiento de millones de personas. Otros, como la corrupción, el desgreño administrativo, la inequidad, el desempleo, la desindustrialización, son enormes talanqueras para el progreso mental, material y social del pueblo.

Como decía Saramago, el poder no democrático (el de las transnacionales, los bancos, la plutocracia) es el que gobierna la democracia. Esperemos que el paisaje vaya cambiando y la esperanza de una transformación honda en la sociedad sea posible y real.

 

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