Y ahora, ¡un lío con Rusia!

Cecilia Orozco Tascón
03 de abril de 2019 - 05:01 a. m.

Si algo le faltaba al Gobierno Duque para añadirle al mosaico de enredos que ha armado en solo ocho meses, todo un récord, ya lo logró: ¡un lío diplomático con Rusia! “El uso ilegítimo de la fuerza militar contra Venezuela por parte de otros Estados que respaldan a la oposición será interpretado... solamente como un acto de agresión... y una amenaza a la paz y seguridad internacionales”, se lee en la carta que envió la Federación Rusa, a través de su embajada, al Congreso colombiano. Alude, también, al torpe espectáculo de la frontera, de febrero pasado, en que comprometió su prestigio el propio Duque, quien en esa fecha se paseó, triunfante, por el puente cucuteño de Tienditas con sus invitados internacionales. Dice el mensaje: “con sus medidas relacionadas con el envío de la llamada ayuda humanitaria, los Estados que han congelado los activos de Venezuela... buscan empujar a la población a derrocar a las autoridades”.

“La dura respuesta del Gobierno colombiano”, como tituló un diario nacional, quedó muy chistosa, casi ridícula. El canciller Trujillo reaccionó “de manera contundente” —añadió el periódico del título— cuando contestó que “Colombia reitera que la transición a la democracia debe ser conducida por los propios venezolanos pacíficamente...”, pero, a continuación, califica de “régimen ilegítimo y usurpador” al gobierno que, precisamente, Rusia defiende en su carta-advertencia. Para completar el galimatías que creó, solito – como manda Uribe -, el Ejecutivo nacional y mientras Duque aseguraba, por un lado, que el país “no está en la posición de agredir a ningún Estado”, del otro lado, su ministro de Relaciones Exteriores concluía su reto a Rusia, chistoso, casi ridículo, con una frase que parecía escrita por el Pentágono: “Colombia reitera que cualquier despliegue o incursión militar en apoyo al régimen de Nicolás Maduro... constituye una amenaza a la paz, la seguridad y la estabilidad de la región”. Putin está, hoy, muerto de miedo.

Si las cosas siguen tomando el curso que se ve venir, nuestro territorio-emparedado servirá como escenario bélico de las dos potencias del mundo: lejos de los rusos, lejos de los estadounidenses, pero guerreando entre nosotros, los indiecitos del patio trasero. Sin embargo, y por más que Duque se esfuerza por caerle bien a Trump prestándose para confrontar a Venezuela, para adueñarse de su petróleo, para envenenar nuestros seres humanos, animales, alimentos y campos con glifosato, el presidente norteamericano aseguró, del mandatario colombiano, que, aunque es un “buen tipo, no ha hecho nada por nosotros”. Humillación frente a la obsecuencia.

Entre paréntesis.- Dos de los juristas más respetados del país, Rodrigo Uprimny y Yesid Reyes, se enfrentan por una tesis que, en todo caso, debería preocupar a los congresistas que votarían las objeciones del presidente de la República a la Ley Estatutaria de la JEP: basado en la famosa sentencia constitucional del caso Samper, en que la Corte declaró inviolables los votos de los parlamentarios, Uprimny sostiene que, a pesar de que el presidente “no podía usar las objeciones para irse contra la sentencia... los congresistas tienen plena libertad para opinar y votar como mejor les parezca”. Reyes, por el contrario, cree, según su columna de El Espectador, que quien “vote favorablemente la objeciones a la Ley Estatutaria podría incurrir en el delito de fraude a resolución judicial”. Reyes explicó, con detalles, su teoría en el nuevo portal lalineadelmedio.com. Dice que cuando estableció el carácter inviolable de los votos de senadores y representantes, la Corte analizó un artículo de la Constitución, pero no el 243, que indica que “los fallos que la Corte dicte en ejercicio del control constitucional hacen tránsito a cosa juzgada” y añade que “ninguna autoridad podrá reproducir el contenido del acto declarado inexequible”. Lo más interesante y preocupante, diría yo, se encuentra líneas adelante cuando Reyes se pregunta: “¿Qué sentido tendría esa prohibición (¡incluida en la propia Constitución!) si los parlamentarios tuvieran libertad absoluta para desconocerla invocando su derecho a la inviolabilidad?”. ¡Agárrame ese trompo en la uña!, como, a propósito, dirían los venezolanos.

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